Enclaustramiento casi
absoluto, es la condición determinante y el hecho palpable para sobrevivir la
situación permanente de violencia en que vivimos en Guerrero. Actuamos como
autómatas en una situación totalmente anómala vuelta normalidad cotidiana.
El marco de la legalidad
observada por todos para convivir en forma pacífica y civilizada quedó hecho
trizas. La impunidad ganó la partida gracias a los ilícitos tozudos de las
delincuencias de dentro y fuera del gobierno. Así, el grupo que tiene los
recursos para ser el más violento, termina por imponerse y da pie al nuevo
hábitat en estas tierras del sur. Existimos dialécticamente al “vivir muriendo
y viceversa”. Ésta vida encajonada y limitada es la manifestación contemporánea
de nuestro instinto de preservación que como pueblo tenemos.
Habitamos regiones sumamente
conflictivas, porque están disputadas todo el tiempo por las diferentes bandas
de delincuentes organizados, que tienen cobertura de algunos gobiernos y ciertos
políticos, que solapan las fechorías (¿dónde están los 43?), a cambio de dinero
para financiar campañas y comprar votos. Lo cual es también motivo de riñas internas
que desembocan en ajustes de cuentas al modo gansteril.
Da grima ver cómo la
delincuencia organizada de cuello blanco y la del AK-47 han convertido a la ciudadanía
guerrerense en paria de sus propios lares, colocándola en un estado de total
indefensión y degradación social. Donde el individualismo deshumanizado es
fortalecido por relaciones sociales sumamente mercantilizadas. Donde impera la consigna
de “ganar aplastando, mintiendo, extorsionando, robando y asesinando” Donde lo
que priva es el envilecimiento. El saqueo del honor y el poco respeto a un
pueblo que desde siempre ha sido estigmatizado de ser “bronco” por naturaleza;
sin reparar en el difícil (por complejo) medio natural, económico, político y
social en que históricamente le ha tocado desenvolverse.
Aquí nos tocó estar y nos
amoldamos a las circunstancias adversas a una vida digna y decorosa. Fruto de
las violencias y delincuencias civiles alineadas con las corruptelas e
impunidades institucionales es carecer de una auténtica libertad ciudadana para
progresar. Además, los bajos niveles de educación y salud que, junto con una
pobreza sempiterna, nos asfixian casi por completo aun cuando todavía existan
resquicios por donde seguir respirando dificultosamente.
Ha sido vulnerado nuestro
libre albedrío para vivir, decir y actuar; así como han atropellado todos nuestros
derechos humanos. Es la poli-agonía a la que estamos sometidos, día con día, hora
tras hora, y que por lo mismo es perpetua y extensa. Nos provoca sufrimiento,
miedo, incertidumbre y zozobra inacabable en nuestra diaria convivencia cada
vez de manera más atroz. El saber que podemos ser violentados, sin tener mayor amparo
gubernamental, nos empuja a auto delimitar nuestros movimientos y expresiones.
A encerrarnos y reducir nuestro desenvolvimiento a horarios determinados, con gente
y lugares específicos.
Del libro de Arturo
Aguirre “Nuestro Espacio doliente” extraigo las siguientes ideas: Ahora debemos
pensar no sólo la física de la violencia sino también la fenomenología de su
acontecer. Es la violencia un hecho y fenómeno específicamente humano que se
instituye y diversifica. Y que, con su sanguinaria y desproporcionada escalada,
constituye un acontecimiento que disloca nuestra existencia, dejándonos en la
intemperie social y orfandad institucional. Como somos mortales, somos susceptibles
de ser asesinados; de ahí que nuestro sino radique en vivir horrorizados en un
espacio y ambiente vueltos dolientes. En un territorio donde no solo hay
víctimas y victimarios, sino también familiares y colectividades bañadas de
dolor y de terror. Eso requiere con urgencia una nueva forma de pensar este
fenómeno, para no asimilarlo y vivirlo como si nada.
PD. Desde este humilde
espacio le digo al Presidente de EUA, Donald Trump: ¡Váyase mucho a la
chingada! fuck you!