Héctor Manuel Popoca Boone.
Si entendemos por
hegemonía partidista lo logrado democráticamente, a través del proceso
electoral próximo pasado, por
el partido Morena en su nueva situación, donde conquista con una significativa mayoría de votos a su favor, la
supremacía o predominio político avasallante en la arena nacional electoral;
además de la nueva preeminencia de su influencia política sobre los demás
partidos políticos, podemos afirmar la existencia de un nuevo hito político en
México: el de “La Cuarta Hegemonía Política en el derecho de conducir
constitucionalmente los destinos
nacionales en el marco de la continuidad gubernativa establecida por su máximo
líder moral, el actual presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
También queda bajo la égida del partido Morena, dos de los tres poderes
constitucionales federales (Ejecutivo y Legislativo).
La primera hegemonía política de partido habida en el país con tintes de
pacificación, estabilización y progreso, se da después de las guerras de
reforma, con el Partido Liberal y la república restaurada, siendo presidente,
Benito Juárez, que detentó la investidura del poder ejecutivo cerca de 17 años,
discontinuos.
La segunda hegemonía partidista, la detenta de nueva cuenta El Partido
Liberal, teniendo como líder y gobernante a la vez a Porfirio Díaz, durante 30
años en forma continua. El tercer período histórico hegemónico partidista, se
gesta cuando conquistan por las armas el poder nacional, algunos de los
protagonistas de la Revolución Mexicana de 1910. Su vigencia empieza cuando se
firma el pacto constitucional de 1917 y al conformarse el Partido de la
Revolución Mexicana (PRI). La hegemonía del PRI en el poder duró
aproximadamente 71 años. La particularidad de este último lapso hegemónico es
que no hubo un único gobernante presidencial sino varios, con períodos de mandato
de seis años, en acatamiento al pacto constitucional establecido.
La cuarta hegemonía política, en la historia contemporánea del país, la
obtiene ahora el partido Morena. Con el apabullante triunfo de su candidata
presidencial, Claudia Sheinbaum (CS). Respaldado ese triunfo por aquellos que
integraran las fracciones parlamentarias mayoritarias de Morena en las cámaras
de senadores y de diputados federales; además de la conquista de la mayoría de
los poderes estatales renovados, que participaron en la justa electoral el
pasado 2 de junio.
En términos muy esquemáticos, el triunfo de CS se perfilaba a partir de
las amplias simpatías: 75 por ciento de los votos que generó su candidatura en
el seno de la clase social pobre de México (según una encuesta de salida de El
Financiero del 4 de junio pasado), como reflejo de reciprocidad a los programas
sociales de apoyo económico directo, otorgados durante el régimen presidencial
de AMLO. Pero también tuvo el apoyo de una parte de la clase media (59 por
ciento) y en mucho menor medida el voto minoritario a su favor de la clase
social alta del país.
Ya se ha mencionado en este diario que, el mucho poder derivado de una
situación política hegemónica de corte democrático (con todos peros que pueda
tener), debe ejercerse con mucha responsabilidad so riesgo que esa hegemonía se
corroa con el tiempo por el desapego con las bases sociales que le dan sustento,
sin dejar de tener presente que se debe gobernar para todos. Puede desgastarse
rápidamente sin el buen y más fiel conocimiento de la realidad circundante y
solo es vista a través de prismas de privilegio o a partir de burbujas burocráticas
de confort), sin tomar en cuenta los aspectos reales de las diversas
actividades en que se manifiesta cada segmento social en los diversos
territorios regionales que integran nuestro país.
Adquieren importancia implementar programas institucionales
descentralizados ad hoc y tener el personal adecuado capacitado; contando,
además, con una estructura de administración pública eficaz (hay que restaurar
lo que fue desmantelado sin mayor visión) con una dotación mínima de recursos
públicos no dadivosos, sino orientados a detonar circuitos virtuosos, pequeños
y medianos, de progreso económico y bienestar social.
Concluyo expresando que no basta la preeminencia política para hacer las
cosas, sino también hay que saber dominar el qué, para quién, cuanto, el cómo,
con qué, dónde y con quienes. En pocas palabras hacer efectivos los procesos de
planificación nacional y regional, con rendición de cuentas, desglose de gastos
y obtención de logros específicos, como estilos de ejercicios de gobierno
controlados y medibles; privilegiando la honestidad sobre la corrupción que debe
ser efectivamente punible; erradicando la impunidad como forma y/o estilo de
gobierno deshonesto. De otra suerte lo hegemónico durará cuanto más un sexenio
más.
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