Héctor Manuel Popoca Boone.
El pasado domingo, Efrén Valdez, coordinador de
eventos de Movimiento Ciudadano, me invito a almorzar a la comunidad de “Sal si
Puedes”, anexo de los Bienes Comunales de Cacahuatepec. Acepté y llegamos a la
casa de un hombre de respeto en aquella zona y de experiencia grande de vida.
El desayuno fue solo de convivencia social.
Camino a “Sal si Puedes”, Efrén me hizo la
recomendación de no abordar ni opinar sobre el proyecto fallido de la presa de
“La Parota”, para no agriar el halo de cortesía y confianza que nos brindaba el
dueño de la casa, Don José F. Hernández Ángel, nuestro anfitrión, hombre mayor,
recio y curtido por la vida; afable y de buena hospitalidad. En esos días tenía
dolor fuerte en el corazón por el fallecimiento por cáncer de uno de sus hijos.
Eso no fue óbice para atendernos como invitados distinguidos, cosa que le
agradezco.
En el preámbulo y antes de pasar a la mesa, nos
comentó sobre los estragos que ocasionó en aquellos pueblos las tormentas
tropicales, “Manuel” e “Ingrid”, al reventarse la presa de “La Venta”, aguas
arriba. El desbordamiento con grandes cantidades de agua acumulada, convirtió
la zona en un gran lodazal; quedando los pueblos incomunicados totalmente, al
haberse destruido los caminos. Las tierras de labrantío y los potreros
resultaron totalmente siniestrados. Con la mortandad de los animales y sin
granos de maíz, la hambruna se enseñoreo de la zona a lo largo de las riveras
del Rio Papagayo.
En ese tema estábamos conversando, cuando llegó un
hombre joven, con cachucha beisbolera. No lo reconocí porque no llevaba su
afamado sombrero vaquero de fieltro negro. Era Marco Antonio Suástegui, vocero
del Cecop. Se sentó a la mesa, en forma callada y sencilla; atento a escuchar
lo que estába conversando con Don José, al recordar que años atrás participamos
juntos (yo como funcionario estatal y él como líder campesino) en la lucha por
elevar el precio de la copra que estaba por los suelos; debido a la libre
importación de aceite filipino subsidiado; y por eso, los industriales del ramo
la compraban a tres pesos el kilo.
La justa indignación y angustia económica orilló a los
copreros de ambas costas de Guerrero a trasladarse a la Ciudad de México. Llevaron
camiones “tortons” repletos de “gruesas” de coco para tirarlas en pleno Paseo
de la Reforma; así como obsequiárselos a los transeúntes y automovilistas que
transitaban por la principal avenida de la capital del país, como protesta por
el precio miserable prevaleciente, el cual no alcanzaba ni siquiera para
bajarlos de los palmares.
Pronto la charla derivo en el asunto de las “gravilleras”,
explicándome ahora Marco A. Suástegui, en palabras simples, pero contundentes, por
qué no permitían más la explotación de ese material pétreo por empresarios
externos a los pueblos. “Esas empresas solo vienen a saquear nuestros recursos
naturales”. “Durante años han venido con sus camiones, maquinaria pesada y
grandes cribas a llevarse toneladas de piedras de río y gravilla con valores de
cientos de miles de pesos mensuales, a cambio de darles a los pueblos una
bicoca.” Continuó diciendo: “Si es de los pueblos esos bancos de piedra,
entonces que los pueblos los trabajen y vendan el producto sin patrón alguno,
aun cuando sea en forma rústica; pero le aseguro a usted que recibirán más de
un peso y más empleo que lo que reciben de esas empresas que extraen todo y no
dejan nada.”
Terminó diciéndome el líder de la Cecop: “Se trata de
fomentar una economía humana, no depredadora, ni de lucro económico, ni de
voracidad monetaria, que al final no nos deja más que pura desolación”; sorprendiéndome
la claridad innata de sus aseveraciones sobre la diferencia entre economías
meramente extractivistas y economías inclusivas de los pueblos.
PD. Florencio Salazar mintió a los diputados locales.
El funcionamiento del hoy abandonado, Centro contra la violencia a la mujer
indígena de Ayutla está normado por el acuerdo estatal
publicado en el No. 38 del Periódico Oficial del Gobierno del Estado. Cuyo
contenido fue consensuado previamente con la Sra. Inés Fernández Ortega. En
fin, “lo que natura non da, Salamanca non
presta”.
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