Héctor Manuel Popoca Boone.
La cuarta modalidad del presidencialismo mexicano se
encuadra dentro del “neoliberalismo social” y dura, a plenitud, desde el
mandato de Carlos Salinas de Gortari hasta el de Enrique Peña Nieto; pasando
por los períodos del PAN en el poder presidencial con Vicente Fox y Felipe
Calderón; es decir, transcurrió en un lapso de 30 años, con 4 presidentes
priistas y dos panistas.
Como producto de nuestra inserción a la economía
globalizada en la segunda mitad del siglo XX, se generó una extremada
desigualdad social y económica. Más del 60 % de la población en condición de
pobreza. Una reducida oligarquía político-económica, multimillonaria. Una gran
corrupción en todos los ámbitos de las relaciones sociales, como estilo de
gobierno, del quehacer político y de pingues negocios privados asociados. Se
hizo patente, la impunidad otorgada a la delincuencia organizada, para hacer de
las suyas. Cualquier disidencia al modelo establecido de presidencialismo
mexicano fue reprimida; llegando incluso, al asesinato de un candidato formal
del PRI a la presidencia de la república, Luís D. Colosio Murrieta o al todavía
no suficientemente esclarecido genocidio de 43 estudiantes normalistas.
Las empresas paraestatales del gobierno federal empezaron
a ser desmanteladas o rematadas al mejor postor del sector privado nacional o
extranjero, así como parte de la infraestructura eléctrica, del agua, del
petróleo, minería, medios de comunicación masiva y otras.
La significativa segmentación, polarización y, por ende,
debilitamiento por descontento social, debido a los yerros en las políticas
económicas federales implementadas, son causales también de las diversas crisis
económicas recurrentes (inflación y depreciación del peso mexicano), mismas que
obligan a una mayor apertura democrática alentando nuevas expresiones
partidarias, subvencionadas económicamente por el Estado, que culminan con la
alternancia en el poder presidencial por la vía pacífica; dentro de una
democracia modulada por una pléyade de partidos políticos mercantilizados. Es
así como se convierte la política institucional en un negocio muy rentable
económicamente para los partidos políticos, sus dirigencias y militantes
cercanos.
La firma del Tratado de Libre Comercio (julio/2020); y
a la vez, el levantamiento armado del movimiento indígena zapatista a finales
de ese año; representan las antípodas de la lucha interna, político-económica,
para controlar los destinos de la nación y el usufructo, con o sin equidad, de
los bienes y servicios generados en ella.
El modelo económico neoliberal incuba un nuevo poder
sin ley e ilegítimo en la escena nacional: la organización criminal de
delincuentes y su poder en expansión constante. Para controlar territorios
regionales a base de fuego y de dinero; a partir de los estupefacientes, tanto
en su siembra como en su trafique, a todo lo largo y ancho del territorio
nacional. A la “mafia del poder neoliberal” se le suma la “mafia del narcotráfico”
y empiezan a entrelazar su accionar en contubernio con malos elementos de las fuerzas
armadas.
El nacimiento de la quinta modalidad del
presidencialismo mexicano contemporáneo (el autodenominado, “humanismo mexicano”),
está indisolublemente ligada a la conquista de la presidencia de la república por
Andrés Manuel López Obrador (AMLO), con su pensamiento y obra, como caudillo
popular y con su movimiento social transformado en partido: MORENA. Su triunfo
hace seis años lo obtuvo con sus consignas: “Primero los pobres” y el “no
mentir, no robar, no traicionar”; reivindicando a favor del pueblo pobre el destino
del presupuesto público.
Ya con el poder presidencial en sus manos puso en
marcha la revitalización de la rectoría política y económica del Estado, confrontando
de frente a los de la “mafia del poder” y a la clase más pudiente de la
sociedad; dividiendo a la sociedad adjetivándola y afianzando, autoritariamente,
la hegemonía de MORENA en el poder y en buena parte pueblo; AMLO genera ríspida
polémica ideológica con sus adversarios desde el “pulpito presidencial”, en las
sesiones diarias de sus conferencias de prensa denominadas: “La Mañanera” desde
el Palacio Nacional.
Su huella presidencial pronto la deja ver, al reciclar
la práctica priista de la “dedocracia” y al subordinar al poder legislativo; a
partir de la mayoría parlamentaria que detentan los morenistas; cosa que les
permite modificar leyes federales para desmantelar y reorientar la estructura
de la administración pública con el propósito, dice él, de generar ahorros
económicos para lograr una mejor distribución del ingreso nacional a favor de
los socialmente más vulnerables, con programas de apoyo económico social directo
y con proyectos estratégicos de repercusión regional. Todo, sin salirse del
molde económico que dictan los cánones del capitalismo y, por ende, sin afectar
para nada al capital privado nacional; salvo en la exigencia del pago de gran
cuantía de impuestos que con anterioridad eludían.
Como hechos históricos réprobos del presidencialismo “humanista”,
que a mediano plazo van a hacer mella en el país, se encuentran: la
militarización de una parte importante del quehacer civil; la corrupción e
impunidad, con sus opacidades intrínsecas y la demagogia como forma y estilo de
gobernar; mismas que han sido extendidas privilegiadamente a las fuerzas
armadas gracias al fuero militar que constitucionalmente las blinda; quedando
así al margen de la legislación civil.
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