Héctor Manuel Popoca Boone.
Ganar la campaña electoral con triunfo inobjetable,
conquistar la credibilidad ciudadana para remontar la profunda crisis que
estamos padeciendo, movilizar a los electores para que con su voto vuelvan a
creer en la política al servicio del pueblo; todo eso, se antoja fácil en
comparación a lo difícil que será gobernar bien esta entidad una vez conquistado
el poder. A Guerrero no lo han gobernado adecuadamente la mayoría de los
gobernantes que ha tenido. Esa es causa importante de la desventura histórica
por la que atravesamos.
Ser gobernador debe servir para algo más que
hincharse de dinero, dar rienda suelta a la frivolidad palaciega, marearse con
el poder, exacerbar el ego personal acosta de la discriminación social y perder
piso al evaluar con suma distorsión la realidad circundante. Junto con la
corrupción y la impunidad, son los factores que caracterizan la separación
abismal entre el pueblo y la clase política gobernante. En buena parte dentro
de las instituciones y partidos públicos prevalecen los intereses facciosos e
individuales sobre los anhelos superiores del pueblo.
No es tarea menor reconstruir lo deteriorado y
perdido en los muchos años de mal gobierno. Hay una destrucción generalizada de
la paz y de la estabilidad social. No es ocioso repetir que los niveles de
inseguridad pública, violencia e ilegalidad que tenemos, son de los más altos a
nivel nacional; producto de nuestro colapsado sistema de justicia y el escaso
respeto a los derechos humanos que tenemos de larga data.
Encontrar la civilidad perdida y el debido resguardo
al patrimonio de las familias son cosas urgentes de lograr. El gobierno solo,
no puede. Hasta ahora, los gobernantes y los políticos institucionales han
menospreciado la fuerza ciudadana como aliada para nulificar estas graves perversidades
que laceran Guerrero.
Solo en alianza con los ciudadanos, en coordinación
con ellos (no en subordinación y sumisión) recuperaremos la paz colectiva,
porque los partidos políticos, sus políticos y gobernantes, son parte
importante del problema que ha causado la descomposición moral, política y
social que nos tiene económicamente empantanados en una pobreza agrandada y
agravada, reduciendo a polvo nuestra dignidad e identidad, tanto a nivel
nacional como internacional.
Estamos hundiéndonos más en las arenas movedizas de
la hipocresía, la falsedad y el cinismo, cuando no de la demagogia y mendacidad
reiterada, con promesas incumplidas, que traicionan reiteradamente las esperanzas
populares. El repudio expresado públicamente por el pueblo nos lo hemos ganado
a pulso los políticos, por la mediocridad de miras, en un marco de autismo
convenenciero. Por supuesto, existen las buenas excepciones, que marcan
derrotero promisorio.
Son estas las condiciones lastimosas de una
postración social generada por el partido político que está en el poder y que
no merece más tenerlo. También de aquel partido que desea regresar a gobernar, mejor
dicho, a desgobernar con el mismo estilo que dejó en herencia. Es la hora de la
renovación de la gobernanza con una alternativa diferente. Guerrero necesita
una opción que no traicione ni claudique en la defensa del bienestar popular.
PD1. ¿Vamos a volver a llevar al poder al partido
político que ha sentado las bases legales para el saqueo de nuestro petróleo,
electricidad, agua y recursos mineros? ¿Vamos a permitir que permanezca en el
poder el partido político dizque de izquierda que está atravesado por la
traición a los ideales, la narco-política, la corrupción y el desapego popular?
Yo digo que no.
PD2. ¿Vamos a creer en una nueva alternativa para
Guerrero? ¿Le concederemos la oportunidad? Yo digo que sí.
PD3. En los espectaculares instalados en
Chilpancingo, en la autopista y en Acapulco, el lema de campaña del candidato a
gobernador del PRI, es casi similar al que prevaleció en la dictadura de
Porfirio Díaz: “ORDEN y PAZ”, la primera palabra relacionada con el famoso “mátalos en caliente y después averiguas” y la
segunda, con la paz de los sepulcros y de las fosas clandestinas, que
prevalecieron en ese período. ¡Ay, nanita!
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