Héctor Manuel Popoca Boone.
Poco después de que el Emperador
de Etiopía, Haile Selassie, fuera derrocado por un Consejo Revolucionario
Militar en 1974, el legendario y brillante periodista polaco, Ryszard
Kapuscinski, fue a la ciudad capital de Addis Abeba para entrevistar a sobrevivientes
de la corte imperial. Producto de esa serie de encuentros en el clandestinaje,
fue su libro “El Emperador”. Comparto textos del mismo, con agregados propios,
clasificados para su mejor comprensión en tres apartados: Pensamientos del
Monarca, del Consejero y del Primer Ministro.
Su “Más Sublime Majestad”,
tenía como hábito que las decisiones políticas, económicas y sociales importantes,
que pudieran causar animadversión entre la población, fueran divulgadas por sus
principales colaboradores; si no suscitaban repudio, patentizaba su autoría,
por el contrario, podía pedirle la renuncia a su colaborador más criticado,
para quedar bien con el pueblo. Comentaba que, si algún grupo de sus
colaboradores empezaba a destacar más que los otros, les concedía más favores a
los segundos aun cuando no lo merecieran; así podía restablecer el equilibrio
palaciego, que era adosado por pugnas internas, zarpazos y zancadillas.
Decía “El León de Judá”
que los nombramientos a cargos gubernamentales, medios y superiores, se los
informaba personalmente a los agraciados, para que tuvieran presente que en
última instancia se le debían a él y a nadie más. Que supieran que la fuente de
poder emanaba de su persona exclusivamente. Además de lealtad, les pedía
incondicionalidad y gratitud permanente. Como “Rey de Reyes”, siempre estaba
satisfecho de ver en palacio a esa masa servil y temerosa de conformistas y
aduladores haciendo antesala. Era la obediencia de sus súbditos lo que creaba
su aura de superioridad, a través de la cual irradiaba poder y dignidad.
Afirmaba que, en un país
pobre, el dinero es un cerco maravilloso, grueso, fragante y eternamente
florido, tras el cual puede uno aislarse de todo. Este cercado impide ver la
pobreza que se arrastra a ras del suelo, oler el hedor de la miseria, oír el
clamor que llega de las capas más bajas de la sociedad. Por eso, los que están
adentro de la alambrada, se sienten orgullosos, seguros y tranquilos; y yo les
permitía estar adentro.
¿Cómo hacer reformas sin
que todo se cayera hecho añicos? ¿Cómo se podía mover una pieza sin que se
derrumbara todo lo demás? Preguntaba y se respondía así mismo. Había que hacer
reformas sin poner en riesgo todo el sistema imperial. Mantenerme en el poder y
no poder cambiar el sistema para que el pueblo progrese, me convierte necesariamente
en un gran demagogo. Mi retórica debe hacer que el pueblo vea victoria donde
hay fracaso; felicidad donde existe desgracia; opulencia, en la miseria; buena
suerte, en el desastre y esperanza, en la adversidad. Mantener la idea de la omnipotencia
ante la impotencia y exaltar la brillantez en lo que ya está enmohecido.
Sabía que el educar crea
el hábito de leer y de ahí no hay más que un paso al hábito de pensar, que
lleva ineluctablemente a la toma de conciencia. Por eso consideraba la
conveniencia de tener un pueblo semi-educado para embotarlo: que sea pobre,
pero alegre; que estén descalzos, pero felices. ¡Ah, que buen invento fue la
televisión!
Concluía que la ventaja
de mantener al pueblo hambriento es que solo piensa en la olla, todos sus
sentidos se concentran en cómo llenar la panza, pierde lo que le queda de
fuerza y ya no tiene voluntad ni cabeza para buscar la desobediencia. En esa
situación con cualquier donación que les hiciera estarían siempre reconocidos
con su “Graciosa Majestad”. En lugar de dar de comer a los famélicos es
preferible erigir obras faraónicas; porque ellos, aunque fueran saciados
acabarían por morir algún día y no dejarían huella de su paso por la vida, pero
eso no debía de sucederle al “Inigualable Señor”. Mis grandes obras de
relumbrón permanecerán imperecederas. (Continuará).
PD1. ¡Ojo! Un expresidente municipal y ex diputado del
PRD, intimidó y amenazó al corresponsal de la revista Proceso.
PD2. El investigador universitario, E. Buscaglia,
había aseverado con anterioridad que más de la mitad de los municipios del país
estaban infiltrados por el narco.
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