viernes, 19 de octubre de 2018

Tiempos de cambios.


Héctor Manuel Popoca

La democracia no es un decreto múltiple de felicidad, como asienta Eduardo Robledo Rincón en su libro: Poder, ¿para qué?  Sobre todo, cuando su acceso va cargado de las exigencias de una ciudadanía esperanzada, que reclama acciones y resultados inmediatos. Por eso, hay que caminar hacia una nueva práctica gubernativa eficaz, donde el poder esté al servicio de la causa ciudadana y sea manejado con humildad y sencillez.

El gobernante que accede al poder para administrar la cosa pública puede ir más allá; puede trascender su circunstancia en función de su capacidad para innovar en su actuación, identificando la génesis de los verdaderos problemas que irritan colectivamente a los gobernados. Por ejemplo, ingobernabilidad, inseguridad, desigualdad e injusticia, entre otros, son obstáculos que cuestionan la capacidad para dirigir al colectivo por una ruta adecuada en la consecución del bienestar y paz a corto plazo.

Para hacer viable una agenda para el cambio se requiere sumar fuerzas. De ahí la importancia de hacer alianzas políticas hasta el límite que nos señalen nuestros principios y valores ideológicos. El ceder y negociar en lo secundario para avanzar en lo sustantivo se vuelve destreza clave en el proceso del ejercicio y administración del poder; para así convertir la energía social en instrumento transformador dentro de un escenario nacional que exige mayor visión, compromiso y transparencia. Estamos en una situación de retos y desafíos de un mundo globalizado más cambiante que en otros tiempos; tanto para bien como para mal.

“Ahora los gobernantes no pueden hacerlo todo y solos”; no hay cabida para gobiernos autoritarios, verticales y poco interactuantes con las organizaciones civiles. Cualquier decisión o propuesta en la democracia tiene que conciliarse y negociarse civilizadamente. Se requiere construir consensos con diferentes actores sociales, económicos y políticos antes de llevarlas a cabo. Quedaron atrás las hegemonías y las prepotencias. La transformación democrática de la sociedad solo se hace con la participación de la mayoría del pueblo.

El poder, en un contexto democrático, hace irremplazable la necesidad de que las agendas de los diferentes actores políticos se tomen en cuenta, según el peso político específico que tienen sus protagonistas. La responsabilidad de un gobernante es ser incluyente y proceder a la articulación, para así lograr la cooperación de todos en la consecución de los fines comunes.

El prometer en política, entusiasma; el no cumplir, desacredita. Una cosa es acceder al poder y otra es aplicarlo, su realización debe de ser de tal manera que los ciudadanos tengan la certeza que habrá progresos importantes en la solución de sus ingentes problemas.

En las últimas tres décadas los gobernantes y sus equipos de trabajo arribaron al poder con el propósito del gozo personal y del disfrute de los privilegios que de él se derivan y que van desde los económicos y políticos hasta los meramente egocéntricos que motivan la rapaz participación en la política.

En ese marco, el poder se entiende para muchos gobernantes y políticos como una unión de falso prestigio, de mando sobrevaluado y obtención de canonjías de toda naturaleza. Un gobierno con ese tipo de políticos será un gobierno mediocre, sin altura de miras o rumbo. A los más, podrá hacer obras y acciones buenas de pequeña envergadura, pero no serán de trascendencia.

Hay procesos gubernamentales donde es perentorio socializar su operación; en virtud de que la unilateralidad genera poca credibilidad y escaza participación popular. Hay que insistir en que la democracia en sí misma no da resultados positivos inmediatos y es un sistema de gobierno exigente, en lo mucho y en lo pronto.

PD. Reconozco la deferencia del presidente de la comisión de presupuesto y cuenta pública del congreso local, Alfredo Sánchez, para invitarme a participar como asesor en la misma; en el mismo tenor al Dr. Víctor Villalobos Arambula, futuro secretario de la SAGARPA, en su equipo de transición.













viernes, 12 de octubre de 2018

Los cambios para transformar.


Héctor Manuel Popoca Boone.

Bien para Guerrero tuvo el encuentro del presidente electo de la República, López Obrador, con el gobernador del estado, Astudillo Flores. Hubo un mayor conocimiento personal mutuo, en un marco de respeto y de reconocimiento a la jerarquía institucional que nuestra democracia federal les otorga a cada cual.

De buenos gobernantes fue anteponer los intereses superiores de Guerrero, a sus diferencias en el estilo de gobernar. La mayoría de los mexicanos demandamos nuevas formas de usar el poder; es decir, de cómo ponerlo al servicio y beneficio de todos; y no de unos pocos.

Es un imperativo popular, exigido democráticamente. Hay aceptación e intención del presidente de la república y del gobernador estatal para responder a las expectativas sociales por los cambios y transformaciones demandadas por los mexicanos en general y los guerrerenses en particular.

“Primero los pobres.” “Nadie por fuera o por encima de la ley.” “No robar. No mentir. No traicionar.” De consignas de campaña política se convertirán en normas para la acción gubernamental federal, que regirán en los próximos seis años. El gobierno estatal, así como el gobierno municipal de Acapulco, encabezado por Adela Román Ocampo, consintieron allanarse a los mismos para el cambio en el ejercicio de gobierno.

En otras palabras, la semana pasada en Acapulco, los tres gobernantes declararon públicamente sumar esfuerzos para elaborar la agenda del cambio y concretar las acciones conjuntas para realizarlo. De esa conjunción de intencionalidades políticas, el mayor beneficiario será Guerrero.

No será fácil, porque afloraran las resistencias de aquellos beneficiarios de lo que hasta ahora se trata de transformar de manera trascendental. No será sencillo, porque habrá vicios de poder enquistados antaño que representan serios obstáculos, como lo son; la deshonestidad, la impunidad, el desapego social, el usufrutuo del poder visto como un fin para el beneficio personal o de grupo y no como un medio para lograr el bienestar social. Se opondrán todas las viejas formas de ejercer el poder público que nos han llevado al empantanamiento y a la degradación de la convivencia pacífica en las últimas tres décadas.

Enrique Peña Nieto en el plano nacional, Javier Duarte en Veracruz y Evodio Velásquez en Acapulco, son prístinos ejemplos de lo aquí asentado. Por eso, no será del todo inmediato el desprenderse de erróneos y enraizados hábitos que permean el ejercicio de gobernar, como lo son: la simulación, la farsa, la mendacidad, la ineptitud, la omisión premeditada, el cinismo, la hipocresía o la frivolidad entre otro tipo de excesos.

La primera oposición política soterrada será la de los políticos conservadores. Aquellos que quieren que se preserve el statu quo gubernamental del cual se han inflado y enriquecido sin medida. Como buenos zorros fingirán cambiar para que todo permanezca igual, a pesar de los malos resultados institucionales a lo largo de las tres últimas décadas y que están a la vista de todos: inseguridad, pobreza, falta de empleos, ingobernabilidades regionales, despojo de territorios y recursos naturales, además del malestar generalizado de la ciudadanía por el estado actual de las cosas.

A lo anterior hay que agregar una mayor desigualdad e injusticia social, endeudamiento público y desgobierno regionalizado. Por eso son urgentes los cambios para las transformaciones estructurales que reviertan esos perniciosos y agravados resultados que han clausurado los senderos para logar bienestar social, paz y certidumbre colectiva en el futuro.

Por último, pero no menos importante es la actuación de los “amigos organizados” que representan también otro fuerte obstáculo para la gobernabilidad, para la paz, y la cohesión social, tanto a nivel estatal como nacional.

PD. No obstante que no hay mella en la inversión y el empleo, en los últimos tres años no se ha podido cumplir con la principal consigna gubernamental: orden y paz.





viernes, 5 de octubre de 2018

Las guerrilleras urbanas.


Héctor Manuel Popoca Boone.

Para Lourdes Quiñones Trevizo.

A partir del año de 1968 y como consecuencia de la brutal represión gubernamental a los jóvenes estudiantes, se intensificó la participación de la mujer en el seno de los grupos guerrilleros urbanos. Dicha actuación emancipadora en pos de un México mejor, no es recordada en todo su valor histórico, tal como lo es la participación masculina.
Si bien es cierto que la motivación principal que tuvieron para tomar las armas fue de índole político-ideológico, al buscar por la vía violenta un cambio estructural en el país orientado al socialismo, también en algunas de ellas hubo causas motivacionales de índole existencial, ya sea por convocatoria directa de sus amistades, por vínculos familiares o de repudio a la represión gubernamental contra el movimiento estudiantil del año 1968 y de la marcha de 1971.
Las guerrilleras urbanas tenían de 17 a 25 años de edad promedio, de clase media, en su mayoría con estudios de nivel medio y superior, en el marco de la efervescencia política-ideológica universitaria, donde el personaje paradigmático era el Che Guevara y la saga de la revolución cubana y de la guerra antimperialista en Vietnam. Sus terrenos de combate fueron de carácter regional; siendo los estados de Chihuahua, Sinaloa, Jalisco, Nuevo León, Sonora y la Ciudad de México.
Generalmente no rebasaban un 30 por ciento del total de participantes, en no menos de 20 grupos de guerrilla urbana; pero a diferencia de las que actuaron en el medio rural que fungieron más como bases de apoyo y salvaguarda, las guerrilleras urbanas tuvieron un papel más protagónico en los eventos armados, bien fueran éstos, asaltos a bancos, secuestros o de plano enfrentamientos directos con cuerpos militares, policíacos y paramilitares adiestrados en contrainsurgencia. Algunos de sus compañeros sobrevivientes resaltan de ellas la valentía, el arrojo, la templanza, la capacidad organizativa y la habilidad con las armas, cualidades siempre asociadas a lo masculino.
La toma de las armas les dio un insólito empoderamiento en la lucha por la emancipación de la mujer; representando un tipo de feminismo empírico más allá de lo teorizante que, desde la perspectiva de género, les valió el respeto, el compañerismo y la equidad en la distribución de las faenas, entre hombres y mujeres al interior de los grupos guerrilleros.
La represión desatada contra ellas, por la policía y milicia antiguerrilla, estuvo impregnada de mucha saña. El machismo exacerbado llevaba a los represores al más abyecto sadismo en los tratos crueles que culminaban en el asesinato y la desaparición forzada; habiendo sido previamente torturadas en forma atroz y denigrante para que delataran a compañeros e informaran la localización de casas de seguridad. Los datos disponibles (no certificados) de ese horror y terror dan cuenta de al menos 53 mujeres guerrilleras desaparecidas forzadamente o muertas en combate directo; 14 asesinadas, 70 encarceladas, 7 exiliadas y 19 detenidas y liberadas posteriormente.
La brutal represión contra la guerrilla urbana dio origen a su vez a la toma de conciencia de las madres en la búsqueda de sus hijos guerrilleros, desaparecidos por los cuerpos policíacos o militares. El activismo emblemático de esa modalidad persistente de protesta y lucha social fue el Comité Eureka, pionero de las organizaciones ciudadanas que actualmente exigen la presentación de los desaparecidos y el respeto de todos los derechos humanos.
Las guerrilleras urbanas y rurales mexicanas del siglo XX, al empeñar y ofrendar su libertad y vidas por la causa del socialismo, fueron factores importantes para el empoderamiento y la mayor participación de la mujer en las actividades políticas democráticas del México actual; logrando lo que, en aquel entonces, era impensable: la igualdad con el hombre en el número de candidaturas a puestos de elección popular.
PD. A partir de la lectura del ensayo: Mujeres, guerrilla y terror de Estado en la época de la revoltura en México. Adela Cedillo.