Héctor Manuel
Popoca Boone.
Para Lourdes Quiñones Trevizo.
A partir del año de 1968 y como consecuencia de la brutal represión
gubernamental a los jóvenes estudiantes, se intensificó la participación de la
mujer en el seno de los grupos guerrilleros urbanos. Dicha actuación
emancipadora en pos de un México mejor, no es recordada en todo su valor
histórico, tal como lo es la participación masculina.
Si bien es cierto que la motivación principal que tuvieron para tomar las
armas fue de índole político-ideológico, al buscar por la vía violenta un
cambio estructural en el país orientado al socialismo, también en algunas de
ellas hubo causas motivacionales de índole existencial, ya sea por convocatoria
directa de sus amistades, por vínculos familiares o de repudio a la represión gubernamental
contra el movimiento estudiantil del año 1968 y de la marcha de 1971.
Las guerrilleras urbanas tenían de 17 a 25 años de edad promedio, de clase
media, en su mayoría con estudios de nivel medio y superior, en el marco de la
efervescencia política-ideológica universitaria, donde el personaje
paradigmático era el Che Guevara y la saga de la revolución cubana y de la
guerra antimperialista en Vietnam. Sus terrenos de combate fueron de carácter
regional; siendo los estados de Chihuahua, Sinaloa, Jalisco, Nuevo León, Sonora
y la Ciudad de México.
Generalmente no rebasaban un 30 por ciento del total de participantes, en
no menos de 20 grupos de guerrilla urbana; pero a diferencia de las que
actuaron en el medio rural que fungieron más como bases de apoyo y salvaguarda,
las guerrilleras urbanas tuvieron un papel más protagónico en los eventos
armados, bien fueran éstos, asaltos a bancos, secuestros o de plano
enfrentamientos directos con cuerpos militares, policíacos y paramilitares adiestrados
en contrainsurgencia. Algunos de sus compañeros sobrevivientes resaltan de
ellas la valentía, el arrojo, la templanza, la capacidad organizativa y la
habilidad con las armas, cualidades siempre asociadas a lo masculino.
La toma de las armas les dio un insólito empoderamiento en la lucha por la
emancipación de la mujer; representando un tipo de feminismo empírico más allá
de lo teorizante que, desde la perspectiva de género, les valió el respeto, el
compañerismo y la equidad en la distribución de las faenas, entre hombres y
mujeres al interior de los grupos guerrilleros.
La represión desatada contra ellas, por la policía y milicia antiguerrilla,
estuvo impregnada de mucha saña. El machismo exacerbado llevaba a los
represores al más abyecto sadismo en los tratos crueles que culminaban en el
asesinato y la desaparición forzada; habiendo sido previamente torturadas en
forma atroz y denigrante para que delataran a compañeros e informaran la
localización de casas de seguridad. Los datos disponibles (no certificados) de
ese horror y terror dan cuenta de al menos 53 mujeres guerrilleras desaparecidas
forzadamente o muertas en combate directo; 14 asesinadas, 70 encarceladas, 7
exiliadas y 19 detenidas y liberadas posteriormente.
La brutal represión contra la guerrilla urbana dio origen a su vez a la
toma de conciencia de las madres en la búsqueda de sus hijos guerrilleros,
desaparecidos por los cuerpos policíacos o militares. El activismo emblemático
de esa modalidad persistente de protesta y lucha social fue el Comité Eureka, pionero
de las organizaciones ciudadanas que actualmente exigen la presentación de los
desaparecidos y el respeto de todos los derechos humanos.
Las guerrilleras urbanas y rurales mexicanas del siglo XX, al empeñar y
ofrendar su libertad y vidas por la causa del socialismo, fueron factores
importantes para el empoderamiento y la mayor participación de la mujer en las
actividades políticas democráticas del México actual; logrando lo que, en aquel
entonces, era impensable: la igualdad con el hombre en el número de candidaturas
a puestos de elección popular.
PD. A partir de la lectura del ensayo: Mujeres, guerrilla y terror de
Estado en la época de la revoltura en
México. Adela Cedillo.
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