Héctor Manuel Popoca Boone.
John Kenneth Galbraith,
finado ilustre intelectual “orgánico” (economista y político) de nuestro vecino
país de norte América, en su análisis sobre el ejercicio del poder que aplican
los seres humanos (mandatarios) para efectos de subordinación de sus semejantes
(mandatados) y que lo han venido haciendo a lo largo de la historia
contemporánea, distingue esencialmente tres instrumentos: la penalización, la
compensación y la creencia.
No se presentan puros en su
aplicación, sino generalmente son una combinación, con cierta predominancia de
alguno de ellos. En nuestro tiempo y en países con democracias vulnerables, el
más socorrido en su uso es el instrumento de la compensación que es aquel con
el cual doblegamos la voluntad o consciencia de nuestros semejantes con una retribución
material, monetaria o privilegio económico, de carácter súbito y
extraordinario, destinado a acrecentar fortunas personales. Según sea el grado
de resistencia u oposición a vencer, será el monto compensatorio a ofrecer.
El otro ejercicio de poder
es el que acude a la vía autoritaria y vertical del gobernante; usando la
fuerza institucionalizada que en su exceso genera represión, violencia e
inseguridad social, además de ser conculcadora de la libertad humana. Esta
modalidad punitiva y penalizadora es propia de las dictaduras, ejercida en
forma unipersonal o por una oligocracia. El término de su duración es incierto
e indefinido, generalmente su inicio y final acontece con derramamiento de
sangre o por abdicación o muerte natural de quien lo detenta. Se presentan con
mayor frecuencia en democracias incipientes donde no existe la revocación de
mandato.
Escasos son los que llegan
al poder por medio del pregón de sus principios, valores e ideales, en torno a
la reivindicación y emancipación del ser humano en lo colectivo. Son portadores
de las creencias recabadas desde lo más hondo del sentir popular. Son ejemplo
de esas personalidades, según el politólogo, Juan María Aponte, los “libertadores
de consciencias” como lo fueron Emiliano Zapata, Francisco Madero, Gandhi,
Ernesto “Che Guevara”, Camilo Torres, Salvador Allende, Patricio Lumumba o Mandela,
entre otros individuos emblemáticos e históricos.
En Guerrero, durante los
últimos cincuenta años, hemos tenido gobernantes que han hecho uso
preponderante de algunas de las modalidades anteriormente mencionadas. Con
ellas, han dejado su impronta personal. Por ejemplo, Rubén Figueroa Figueroa
privilegió “el garrote”. Alejandro Cervantes Delgado, “los ideales”, Francisco
Ruiz Massieu, una combinación de “convicciones y palo”, René Juárez Cisneros
“trabajo con excesiva compensación”, Rubén Figueroa Alcocer “palo focalizado y
acciones compensatorias”, Zeferino Torreblanca “administrador con palo
focalizado”, Ángel Aguirre Rivero, “sometimiento a través de procedimientos
compensatorios”.
En cualesquiera de esas modalidades, el sustrato en el
ejercicio del poder ha sido la corrupción y la impunidad, que ha permeado el
quehacer gubernamental en diversa intensidad según el gobernante en turno;
dando como resultante que ha Guerrero lo han gobernado mal y por eso en la
actualidad estamos como estamos.
PD1. En política como en la
guerra, las batallas son ganadas por los generales o dirigentes que se conocen
entre sí, pero no se matan. En cambio, las derrotas son imputables a los
seguidores y a las tropas que no se conocen, pero que se matan entre sí.
PD2. Para lograr la unidad
entre pueblo y gobierno del estado, es necesario que se liberen a los presos
políticos; firmar un pacto de respeto y colaboración con la policía comunitaria
indígena de la Montaña y Costa Chica, así como con las verdaderas autodefensas
ciudadanas y erradicar la corrupción e impunidad que permea las estructuras
institucionales desde los más altos puestos de gobierno.
PD3. Si el Guerrero volcánico hace erupción.
La lava vertida nos alcanzará a todos y nos reducirá a cenizas. Aún estamos a
tiempo de enmendar el camino.
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