La
tierra, ¿es de quien la trabaja?
Héctor Manuel Popoca Boone.
¿Dónde
están Obtilia Eugenio Manuel e Hilario Cornelio Castro?
El reparto agrario de grandes
latifundios fue producto de la Revolución Mexicana de 1910, es decir, de la Tercera
Transformación; principalmente como respuesta a las demandas torales del plan
de lucha enarbolado por el General Emiliano Zapata. Después de más de una
centuria y vinculada a la contra-reforma agraria, iniciada por el expresidente
Carlos Salinas de Gortari, la estructura de la tenencia agraria de México
vuelve a presentar una tendencia a la concentración de la tierra en unas
cuantas manos. Su perfil actual es de desigualdad, asimetría e inequidad. *
El 66.4 por ciento de las
unidades económicas rurales son menores a 5 hectáreas y detentan solamente el
6.2 por ciento de la superficie agrícola nacional. Otro 31.3 por ciento de
unidades productivas, son de 5 a 100 hectáreas y poseen el 28.7 por ciento de
la superficie y el 2.2 por ciento restante, son mayores a 100 hectáreas y
poseen el 65.1 por ciento de la superficie aludida. En otras palabras, un
número pequeño de empresarios agropecuarios realiza la explotación económica de
la mayoría de los terrenos nacionales de alta rentabilidad.
Nuestra frontera agrícola
está condicionada a su vez por factores orográficos, edafológicos,
climatológicos, flora, fauna y con diversidad social y cultural, que le otorgan
muy diversa caracterología y potencialidad en la dotación de los recursos
naturales.
En la época de mayor auge del
neoliberalismo mexicano, el gobierno federal abandonó los esfuerzos orientados
a lograr un desarrollo rural integral, sustentable, equitativo y justo; dando
pie también a la desigualdad en la distribución del presupuesto público destinado
al sector. Los grandes empresarios agrícolas del norte y del centro occidente
del país (que representan no más del 4 % de los productores rurales) han
succionado más de la mitad del mismo, en perjuicio de la mayoría de los
productores en pequeña escala productiva del sur-sureste de la república. La
consecuencia ha sido una renovada concentración de la tierra en pocas unidades
productivas y orientada la mayor parte del erario público a apoyar su
explotación económica correspondiente.
Al paso de los años, la
certidumbre y certeza en la posesión de la tierra que debiera otorgar la
estructura gubernamental federal en el ámbito social, devino en incertidumbre e
irregularidad sobre la misma; es decir, en los ejidos y bienes comunales; señaladamente
ahí donde existen parcelas con vocación turística, minera, inmobiliaria, de
riego o aquellas que poseen recursos energéticos.
Para el sencillo campesino, la
Procuraduría Agraria y el Registro Nacional Agrario, con su tramitología
tortuosa, empantanó actualizar sus certificados parcelarios que han sufrido
modificaciones por razones de venta, renta, préstamo, abandono o muerte sin testamento
formal. Hoy por hoy, es una constante en todo el país el que la certificación
de miles de parcelas y/o hectáreas no estén a nombre de quién verdaderamente las
trabaja. En Guerrero la incertidumbre por la irregularidad en la tenencia de la
tierra agraria afecta a un 60 a 65 por ciento de los predios ejidales y/o
comunales. La irregularidad es enorme, sin contar que algunos predios aún
carecen de certificado.
En la mayoría de los núcleos
agrarios del país regularizar el registro de posesión parcelaria es una urgencia
impostergable, para poder identificar si los poseedores formales están vivos,
no la han abandonado o hayan procedido a su venta o renta de forma irregular.
También perentoria es su actualización para que puedan considerarse elegibles y
acceder a los diversos programas y apoyos que el gobierno federal ha implementado
a su favor. Por eso, en Guerrero, todos los padrones de beneficiarios son
irregulares; en virtud de que no son todos los que están, ni están todos los
que son; entre otras anomalías existentes.
*Ensayo sobre extensionismo
rural con enfoque territorial. Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura.
2018.
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