Héctor Manuel Popoca Boone.
Prolegómeno: La filósofa francesa Simone Weil en 1943
definía a los partidos políticos “como unos organismos pública y oficialmente
constituidos para matar en las almas el sentido de la verdad y de la justicia…; una vez que las autoridades han
decidido que las vidas de ciertas personas carecen de valor, nada es tan
natural como matar. Tan pronto como saben que pueden asesinar sin temor a
represalias, empiezan a hacerlo, o al menos, animan a los asesinos con sonrisas
de aprobación.”
Una autoridad que no reconoce límites en su
responsabilidad conferida, suele cometer abusos mientras detenta el poder
institucional; permaneciendo impune la mayor parte del tiempo. El abuso de
autoridad es propio de regímenes gubernativos de corte autoritario y
autocrático, que desdeñan ordenamientos democráticos legales previamente establecidos
-con mucha legitimidad- para cumplir con el deber de cuidar al pueblo, a sus
bienes, al territorio que habitan y a la autonomía y soberanía del país.
Insisto: la propensión al abuso de autoridad se da
cuando existe impunidad en el actuar; aprovechándose de la fuerza institucional
detentada como el poder que previamente fue concedido o arrebatado. Esta extralimitación
es casi consustancial cuando se aplica de manera unipersonal en forma despótica
y dictatorialmente. Sin contrapeso alguno y al margen de cualquier acotamiento
jurídico establecido; su ejercicio es ajeno a la genuina voluntad ciudadana de
llevar una vida en común con paz, justicia, igualdad, equidad, libertad y
bienestar. Este tipo de régimen gubernamental contraviene y es opuesto a la
vigencia de todos los derechos humanos que la misma humanidad ha forjado socialmente
a lo largo de la historia universal.
Así pues, los abusos de autoridad son conductas
propias de dictadores, monarcas, tiranos y autócratas, usados cuando consideran
al pueblo como una masa una domesticada o domesticable; la cual tiene prohibido
rebelarse a los dictámenes y decretos verticales de estos malos gobernantes.
Sobre todo, en el discernimiento de lo qué es bueno o
malo; sobre quién es adversario o el aliado; en determinado colectivo social; y
aún más, tampoco le permite la libertad de expresión y reflexión sobre las
posibles repercusiones, positivas o negativas en las políticas públicas
gubernamentales implementadas o a instrumentarse.
De oponérsele alguien al autócrata autoritario,
sobreviene su denostación, la injuria, el calificativo (que minimiza y
confronta), el anatema y la ubicación que surge de lo sectario y de lo
dogmático, casi siempre en forma escarnecedora, pretendiendo la nulificación
del oponente. Eso nos retrotrae a los tiempos históricos más sombríos (en todos
los aspectos) de la convivencia humana, individual y colectiva.
El abuso de autoridad también tiene su génesis y razón
de ser en la conservación y expansión del poder por unos cuantos dominadores
bucaneros, sempiternos del dinero y de la posesión o control de la riqueza,
natural o material, que le pertenece a una colectividad, en un territorio
determinado. Se presenta y representa en micro conductas o en macro conductas institucionales
que han puesto a punto la extinción total, de grandes o pequeños grupos de la
raza humana (en nuestro caso indígenas) a lo largo de los últimos siglos.
El abuso de autoridad es exponencial y expansivo en un
régimen presidencial como el nuestro, que aparenta ser democrático, pero en la
realidad es autoritario en la concreción de su propio parecer; simulando a la par
ser el gran concertador y concentrador de la voluntad popular. En el fondo, hoy
están ensoberbecidos con el poder democráticamente obtenido y quieren retenerlo
para darle continuidad en la persona convertida en su alter ego.
Poniéndole a su disposición una estructura
institucional cuasi monolítica; un sistema de subordinación a través de la
corrupción, de las pensiones sociales, privilegios, concesiones y prebendas.
Tanto en el andamiaje militar, como en el nacional jurídico y en el nacional legislativo
del país. Los abusadores transformadores pretenden el advenimiento de un “humanismo
mexicano-obradorista” moldeado y moteado de ilegalidad y delincuencia criminal.
“La opinión se forja y se manipula, al estar ya la buena fama y la infamia
igualadas. (Hannah Arendt).”
El criminal abuso de autoridad, recién concretado en
el asesinato, a sangre fría, de un joven por un policía y encubierto, en un
primer momento, por las más altas autoridades de Guerrero y del país,
representa la gota de agua envilecida que se desborda de un embalse
deshumanizado; pletórico de violencias y homicidios impunes, que reflejan, cotidianamente,
el rostro de autoridades locales anárquicas, incompetentes y “valemadristas”, que
nos desgobiernan y conducen a la vez a un insondable abismo, donde impera el
crimen organizado que ya infiltró las fuerzas armadas y a todo el cuerpo del
Estado mexicano. No solo en Guerrero, aun cuando aquí está agudizada y
concentrada buena parte de esta crisis institucional.
Tenemos un gobierno desastroso producto de estar
gobernados por un partido-Estado, disque transformador pero que asegura su
dominio mediante la falsa palabrería, la demagogia populachera, bajo la égida
incondicional y titeretada por dos fuertes politicastros -uno paternal y el
otro nacional- que ingratamente le han dado al pueblo de Guerrero, como máximo
acto de gobierno, un gabinete gubernamental producto de una “tómbola”.
Epílogo, le sugiero a la gobernadora constitucional de
Guerrero y a su papá incomodo, el senador, Félix Salgado Macedonio, pedir
licencias a sus responsabilidades gubernamentales respectivas, por los dichos y
conductas culposas públicas, que han proferido y realizado, a la vista de
todos, sobre este artero asesinato de un joven guerrerense. Como Gobernador
Moral del Estado lo solicito en forma encarecida por el bien de un Guerrero que
está hambriento de justicia, paz, libertad y bienestar social.
porelrescate@outlook.com
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