Héctor Manuel Popoca Boone.
México cuenta con una economía
poco sustentable, es decir, está sujeta a cambios inesperados por no tener
todas sus variables macroeconómicas bajo solidez prudente, que le den buen sostenimiento
ante los avatares que se le presenten ya sea por causas externas (vaivenes de
la economía mundial, guerras y desastres naturales) o por causas internas (dispendios,
conflictos sociales y crisis).
De acuerdo a un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE), mencionado por el finado y reputado economista Carlos
Manuel Ursúa Macías, en su ensayo (Revista Nexos, diciembre del 2023), el
crecimiento económico mexicano en los seis últimos años ha sido magro. Nos
mantenemos con la misma capacidad de generar la riqueza material que
generábamos en 2018, con una población en crecimiento con relevantes rezagos
socio económicos y con las depreciaciones naturales que trae el tiempo en los
bienes de capital que requieren de manera ingente renovación en la inversión y
en la planta productiva nacional de bienes y mercancías, para que la producción
sea superior al consumo nacional, y, además, tener una tasa de crecimiento
económico anual mayor, para así producir los bienes y mercancías que satisfagan
las siempre crecientes demandas sociales.
Si a la economía nacional le
agregamos el pago de la deuda externa y la inflación que nos carcome, la
resultante es que nuestra capacidad de sostenimiento de nuestra población a
mediano plazo queda mermada. Entraremos en una atonía o estancamiento económico
sempiterno. Lo bueno sucedido en este sexenio presidencial fue que parte del
ingreso nacional ya se distribuye entre la mayoría de la población pobre; puesto
que era en la clase social de la gran empresa privada donde se quedaba gran proporción
de él; regateando incluso el pago al gobierno federal de los respectivos
impuestos. ¡Uf!
En México, nuestros gastos
nacionales son más que nuestros ingresos nacionales, (descontando el ingreso petrolero
y las remesas que mandan nuestros paisanos). Incurrimos, por tanto, en un
déficit financiero nacional que, si crece descontroladamente, nos puede llevar
a una seria crisis económica como la que padecimos en el período del
expresidente, Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988). En aquel tiempo nuestra
economía casi se nos hizo polvo y tuvieron que pasar varios años para
recuperarnos, en medio de mucho desempleo, desinversión, prestamos onerosos,
devaluaciones e inflaciones. También el pueblo pagó (sigue pagando) las grandiosas
deudas contraídas para salir del hoyo negro en tiempos del ex presidente
Ernesto Zedillo (1994-2000).
En el caso de tener fuerte
déficit financiero y reducidos ingresos nos veremos impelidos a gastar menos e
invertir productivamente más, para no caer en un círculo vicioso que nos provoca
estancamiento con una mayor pobreza social y desempleo generalizado, con la
subsecuente depreciación de nuestra moneda nacional. Para evitarlo a corto
plazo, muchas naciones acuden a incrementar sus arcas públicas con mayores deudas
nacionales con la banca internacional; con el objeto de obtener los ingentes
recursos económicos que les permitan solventar sus compromisos financieros
nacionales y externos de carácter ineludible.
Pero la banca transnacional
que otorga préstamos de este tipo, generalmente a países pobres o en desarrollo,
es ducha en esos menesteres. En países cuyos gobernantes no se caracterizan por
llevar bien sus finanzas, no les otorgan los préstamos con facilidad, sino que
les imponen, cual es su costumbre de prestamistas financieros mundiales,
condiciones draconianas que siempre agravan más la situación socioeconómica de
los pueblos. Con el Banco Mundial, El Banco Interamericano de Desarrollo, el
Fondo Monetario Internacional, entre otros, tenemos amargas experiencias sobre
el grado de intervencionismo económico que deja hecha trizas cualquier intento de
soberanía nacional económica.
El sostener económicamente los
programas sociales (dádivas al consumo) que hoy son de obligatoriedad
constitucional en México, conlleva en un futuro no lejano a reducir el gasto
público y contraer mayor deuda pública externa para subsanar faltantes y
canalizar más recursos a gastos de inversión pública que son ralos. Además, no
olvidemos que la inversión pública es el detonante de la inversión privada.
Hacer crecer la economía con
alfileres es riesgoso y no está tan fácil; sobre todo en un mundo económico
regido por el mercado capitalista mundial dominado hasta ahora por EUA. De tal
manera que una de nuestras posibles salidas hacia adelante es, paradójicamente,
incorporarnos a la política neoliberal del “neo-shoring” (cercanía con el gran mercado
de consumo final), si no queremos vernos desplazados con la producción de otros
países que darían cualquier cosa con tal de estar más próximos a nuestro vecino
del norte, en términos de comercio exterior.
Es en este contexto del
neoliberalismo mundial es donde en términos reales existe viabilidad rentable
de mediano plazo para que maduren y se expandan los proyectos económicos
estratégicos emblemáticos multiplicadores de inversiones
económico-empresariales como El Tren Transístmico e inter costero, la Refinería
Olmeca, y, en menor medida, el turístico Tren Maya. (Continuará).
PD. Se perdió por sequía el 50
por ciento de la producción nacional de maíz, del principal ciclo agrícola del
2023. Nos veremos forzados a importar buena parte del faltante. El fertilizante
gratuito en Guerrero sigue hiper inflado en su entrega. Ni modo.
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