viernes, 15 de abril de 2011

Los campesinos y el desarrollo rural.

Héctor Manuel Popoca Boone.

Al finalizar la Revolución Mexicana de 1910, se inicia una época para el campo mexicano enmarcada en el reparto agrario, la creación de instituciones gubernamentales y de una economía rural con fuerte asistencia estatal paternalista y con protección de economía nacional cerrada.

Contémplase desde entonces a los campesinos, más que como sujetos del desarrollo rural, como meros objetos para la aplicación de recursos y servicios públicos a través de una gran burocracia rural parasitaria y corrupta.

Décadas después vino el giro de 180 % y se abrió la agricultura de par en par al comercio internacional que le dio en la torre, por competencia desleal y desventajosa, a los granos básicos y oleaginosos principalmente. Se redujo la soberanía alimentaria y aumentó nuestro grado de dependencia del power food de los grandes países.

En términos generales, la economía neoliberal trajo como consecuencia la bancarrota de la agricultura de temporal, a excepción de las hortalizas, frutas tropicales así como de la marihuana y la amapola.

A la par que el Estado se retira, deja en la indefensión, ante las fuerzas del libre mercado, a los productores rurales y sus organizaciones productivas, bajo la consigna que “acaparador mata a productor”

El financiamiento crediticio no prospera por que la tenencia de la tierra es de régimen social en más de un 50 % de los terrenos con vocación agropecuaria y forestal, por lo tanto, no hay garantías reales y a la banca privada le resulta de alto riesgo trabajar sin ese respaldo.

La eliminación de aranceles y la disminución de subsidios a la agricultura trajeron como consecuencia la poca rentabilidad y la nula competitividad económica de nuestros productos agropecuarios frente a las indiscriminadas importaciones. Estas últimas, son protegidas por debajo del agua por sus gobiernos de origen, al tiempo que nuestro país juega el papel del pendejo útil, en los diversos tratados de libre comercio internacional.

México fue de los pocos países que abrió de par en par sus fronteras, cuando todos los demás daban a sus productores rurales subsidios entre dos a cuatro veces más de los que recibían los nuestros. Y nuestro principal comprador externo, el vecino del norte, nos cerraba las fronteras por el menor pretexto de sanidad vegetal y animal.

La migración provocada por este economicidio rural fue brutal. Bien sea que nuestros jóvenes se hayan dirigidos a las ciudades como taqueros o mucamas (en el mejor de los casos), a la frontera norte (con sus mil riesgosas vicisitudes) o con los del “otro negocio” (con su vida intensa, rentable y efímera).

En el campo mexicano solo quedan los cerros viejos que no por viejos dejan de ser cerros y los hombres viejos que no por serlo dejan de ser hombres y se da, por otro lado, una mayor feminización de la parcela. Los que se quedan, lo hacen por amor a la tierra y por que quieren morir en ella que los vio nacer.

Las políticas públicas gubernamentales perdieron el rumbo al inclinarse a maicear a los campesinos, repartir chácharas productivas y permitir que los dirigentes campesinos eternizados les mocharan, juntos con los técnicos, sus apoyos a los compas o montados en ellos, usarlos como trampolín político para asumir jugosos cargos de representación popular.

Al liberalismo económico vino aparejada la economía voraz e inescrupulosa que ve en los recursos naturales del campo la oportunidad del saqueo rapaz y salvaje.

Ahora ya no basta exprimir a los campesinos, sino de lo que se trata también es de expoliar los recursos naturales que poseen.

Concluyo mi intervención diciendo que ¡Ya estamos hasta la madre de neoliberalismo saqueador y contaminador! ¡Aboguemos por un nuevo proyecto alternativo para el campo mexicano!

PD1. Disertación dada en el foro nacional: “Otro campo es posible”, organizado por la Central Campesina Cardenista, en México, D.F.
PD2. ¡Pa su má! Zeferino Torreblanca tenía intervenido todos los teléfonos y correos digitalizados en el palacio de gobierno. Se trabajaba bajo el terror de una Gestapo cibernética mezcalera.








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