viernes, 16 de septiembre de 2016

Punto de quiebre.


Héctor Manuel Popoca Boone.

Cuando las deudas son mucho mayores a los ingresos disponibles para pagarlas en determinado tiempo, entramos en insolvencia financiera; donde lo peor que nos puede suceder es contratar más deuda sobre deuda ya contraída. A la larga resulta impagable en su totalidad. La resultante es una quiebra financiera.

En esa situación, cualquier administración gubernamental se colapsa, al no poseer los dineros suficientes para cubrir la operación normal de la estructura institucional: brindar servicios públicos, poseer medios de gobernabilidad, guardar el orden y la armonía social, además de promover el desarrollo humano que todo gobierno obligado está, con el fin de que la población tenga un nivel digno de calidad de vida.

En una sana administración pública los gastos deben ser de la misma cuantía que los ingresos; y que la deuda contratada para inversiones de largo plazo no exceda de determinados porcentajes, de otra forma no habrá para el pago de la nómina, los servicios públicos, la seguridad pública, inversiones y coberturas de protección social; o la amortización de la propia deuda pública y otros pasivos contingentes.

La deuda pública por sí misma no es negativa cuando se convierte en inversión retornable y cuando asegurable queda su pago a lo largo del tiempo. Lo malo es que para muchos gobernantes endeudarse es oportunidad de despilfarro y corrupción. Su pago y finiquito, como es asunto institucional, lo transfieren al próximo gobernante. De esta manera el gobernante con adicción a endrogar la administración gubernamental, puede lucirse políticamente con obras y acciones de relumbrón, para provecho político personal y cuyo costo lo endosa comodinamente a su sucesor.

Pero el siguiente mandatario, con sus excepciones, no querrá ver reducida su capacidad de hacer obra pública y aplicar programas sociales con propia marca personal, por lo que no amortizará la deuda sino que la aumentará; dedicándose tan solo a pagar los réditos a que haya lugar durante su periodo.

En Acapulco, el dispendio y la anidada corrupción que caracterizan al mal gobierno municipal han llegado a un tope. Ya no se cuenta con el dinero suficiente para seguir operando con adecuada gobernanza; es más, ya no hay para garantizar el pago de salarios y aguinaldos y otorgar los servicios públicos básicos municipales. Están en el punto de quiebre, a pesar de la mendacidad contumaz del presidente municipal. El ayuntamiento requiere con urgencia obtener financiamiento crediticio porque el presupuesto anual municipal autorizado prácticamente ya fue gastado en su totalidad, al contemplarlo como botín a rebatinga.

La crisis financiera de la comuna porteña ha sacado a relucir las responsabilidades de los diversos presidentes municipales en el endeudamiento histórico que hoy pesa mucho a Evodio; sobre todo si la norma ha sido la corrupción, el despilfarro y el desorden administrativo. Cuestión corroborada por la poca transparencia con que maneja los dineros del pueblo.

De acuerdo a las cifras que se han dado a conocer, números más o poco menos, al finalizar su mandato municipal, Félix Salgado Macedonio dejó determinada deuda pública. Manuel Añorve Baños, su sucesor, la eleva sustancialmente; Luis Walton no la acrecienta, a excepción de la correspondiente a la CAPAMA (a resultas de los estragos causados por la tormenta Manuel). Ahora Evodio Velázquez afirma, en forma irresponsable, que es injusto que si sus antecesores gobernaron contratando créditos bancarios que han ido a parar al cajón de la deuda pública, ¿por qué a él no se lo permiten hacer? A todo esto parece que la opinión de la ciudadanía vale gorro. En estos dimes y diretes, ha salido a relucir que el culpable del gran endeudamiento no fue Walton, como reiteradamente Evodio lo culpaba, hasta hace pocas semanas.

 PD. Para que no se vaya a un barril sin fondo, ahogado en una sarta de mentiras e incredulidad, el préstamo solicitado, de urgente y obvia autorización, debe tener como requisito necesario el que Evodio Velásquez pida permiso, para poder instalar un gobierno de salvación municipal, por el bien del pueblo acapulqueño. Si no es así, ¡sálvese quien pueda!

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