Héctor
Manuel Popoca Boone.
Cuando
las deudas son mucho mayores a los ingresos disponibles para pagarlas en
determinado tiempo, entramos en insolvencia financiera; donde lo peor que nos
puede suceder es contratar más deuda sobre deuda ya contraída. A la larga
resulta impagable en su totalidad. La resultante es una quiebra financiera.
En
esa situación, cualquier administración gubernamental se colapsa, al no poseer los
dineros suficientes para cubrir la operación normal de la estructura
institucional: brindar servicios públicos, poseer medios de gobernabilidad,
guardar el orden y la armonía social, además de promover el desarrollo humano
que todo gobierno obligado está, con el fin de que la población tenga un nivel
digno de calidad de vida.
En
una sana administración pública los gastos deben ser de la misma cuantía que
los ingresos; y que la deuda contratada para inversiones de largo plazo no
exceda de determinados porcentajes, de otra forma no habrá para el pago de la
nómina, los servicios públicos, la seguridad pública, inversiones y coberturas
de protección social; o la amortización de la propia deuda pública y otros
pasivos contingentes.
La
deuda pública por sí misma no es negativa cuando se convierte en inversión
retornable y cuando asegurable queda su pago a lo largo del tiempo. Lo malo es
que para muchos gobernantes endeudarse es oportunidad de despilfarro y
corrupción. Su pago y finiquito, como es asunto institucional, lo transfieren al
próximo gobernante. De esta manera el gobernante con adicción a endrogar la
administración gubernamental, puede lucirse políticamente con obras y acciones
de relumbrón, para provecho político personal y cuyo costo lo endosa comodinamente
a su sucesor.
Pero
el siguiente mandatario, con sus excepciones, no querrá ver reducida su
capacidad de hacer obra pública y aplicar programas sociales con propia marca
personal, por lo que no amortizará la deuda sino que la aumentará; dedicándose
tan solo a pagar los réditos a que haya lugar durante su periodo.
En
Acapulco, el dispendio y la anidada corrupción que caracterizan al mal gobierno
municipal han llegado a un tope. Ya no se cuenta con el dinero suficiente para
seguir operando con adecuada gobernanza; es más, ya no hay para garantizar el
pago de salarios y aguinaldos y otorgar los servicios públicos básicos
municipales. Están en el punto de quiebre, a pesar de la mendacidad contumaz
del presidente municipal. El ayuntamiento requiere con urgencia obtener financiamiento
crediticio porque el presupuesto anual municipal autorizado prácticamente ya
fue gastado en su totalidad, al contemplarlo como botín a rebatinga.
La
crisis financiera de la comuna porteña ha sacado a relucir las
responsabilidades de los diversos presidentes municipales en el endeudamiento
histórico que hoy pesa mucho a Evodio; sobre todo si la norma ha sido la corrupción,
el despilfarro y el desorden administrativo. Cuestión corroborada por la poca
transparencia con que maneja los dineros del pueblo.
De
acuerdo a las cifras que se han dado a conocer, números más o poco menos, al
finalizar su mandato municipal, Félix Salgado Macedonio dejó determinada deuda
pública. Manuel Añorve Baños, su sucesor, la eleva sustancialmente; Luis Walton
no la acrecienta, a excepción de la correspondiente a la CAPAMA (a resultas de
los estragos causados por la tormenta Manuel). Ahora Evodio Velázquez afirma,
en forma irresponsable, que es injusto que si sus antecesores gobernaron
contratando créditos bancarios que han ido a parar al cajón de la deuda
pública, ¿por qué a él no se lo permiten hacer? A todo esto parece que la
opinión de la ciudadanía vale gorro. En estos dimes y diretes, ha salido a
relucir que el culpable del gran endeudamiento no fue Walton, como
reiteradamente Evodio lo culpaba, hasta hace pocas semanas.
PD. Para que no se vaya a un barril sin fondo,
ahogado en una sarta de mentiras e incredulidad, el préstamo solicitado, de
urgente y obvia autorización, debe tener como requisito necesario el que Evodio
Velásquez pida permiso, para poder instalar un gobierno de salvación municipal,
por el bien del pueblo acapulqueño. Si no es así, ¡sálvese quien pueda!
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