Héctor Manuel Popoca Boone.
Fueron dos mujeres intensas, singulares, de
inteligencia sobresaliente y de no menos extraordinaria belleza. De brillante
actuación durante la segunda mitad del siglo XX. Dejaron huella indeleble en el
mundo de la cultura y de la política en México. Me refiero a Devaki y Elena
Garro.
La más conocida y polémica fue Elena. Escritora
emblemática por sus valiosos aportes a las letras castellanas en estas tierras
nacionales, con similares contribuciones a las que dejó Rosario Castellanos y
la muy reconocida Sor Juana Inés de la Cruz.
Su hermana Devaki (más conocida como Deva) sobresalió
por su vasta cultura (lectora pertinaz) y como gran activista política. Estuvo siempre
presente en las luchas sociales por la reivindicación de los trabajadores del
campo y de la ciudad.
Elena, casada con Octavio Paz, premio nobel de
literatura, tuvo una hija; por su parte Deva, casada con Jesús Guerrero Galván,
excelso pintor de murales y cuadros, tuvo seis hijos. La primera, dedicó más
tiempo de su vida a las letras, a los viajes y a la vida social. La segunda, a
su familia y a las causas populares.
Ambas tuvieron amistades en común: fueron personas
destacadas en el mundo intelectual, artístico, político y social de su tiempo.
En sus casas, en forma alternada, recibían entre muchos otros a: Carlos
Fuentes, Gabriel García Márquez, Adolfo Bioy Cázares, Carlos Monsiváis, Juan
Soriano, los cuales frecuentaban mayormente a Elena.
A la casa de Deva, iban a la tertulia: Ermilo Abreu
Gómez, “El Indio” Fernández, Columba Domínguez, José Revueltas, Juan de la Cabada;
políticos de izquierda como Martínez Verdugo y los líderes campesinos del Estado
de Morelos: Rubén Jaramillo y Enedino Montiel. La casa de Deva era también
refugio de revolucionarios latinoamericanos entre ellos, algunos guerrilleros
compañeros del Che Guevara en Bolivia.
De haberle dedicado menos tiempo a sus fobias y a su
posesiva hija, hubiéramos sido afortunados por Elena con un mayor número de
magníficas obras literarias como la novela: “Los recuerdos del porvenir” o
“Felipe Ángeles” en la vertiente de la dramaturgia. De no haber sido absorbida
por sus deberes de familia y madre, Deva hubiera tenido similar traza política que
la de Benita Galeana, como destacada militante que fue del Partido Comunista
Mexicano.
Las dos hermanas eran prototipos de la belleza
femenina integral; tanto de espíritu, como de cuerpo y rostro. Mientras Elena
prefirió codearse con la socialité de
la época, vivir y desenvolverse en los ámbitos del lujo burgués; Deva, optó por
convivir más con campesinos y obreros, en las parcelas agrarias y en las
colonias proletarias, en las manifestaciones y marchas; en innumerables
reuniones políticas y de lucha social, de las cuales era asidua asistente.
Tuve la oportunidad de conocer y platicar con Elena
Garro en el ocaso de su vida, en la ciudad de Cuernavaca. Al lado de su
inseparable hija y sus numerosos gatos, una vez que concluyó su larga estancia
en Paris. Conversábamos sobre su azarosa participación en la política mexicana.
Recordaba su solidaridad activa con el líder campesino veracruzano, César del
Ángel, con el tabasqueño Carlos Madrazo, así como con Fernando Gutiérrez
Barrios.
A Deva Garro la conocí durante el movimiento del 68.
En largas pláticas que teníamos algunos universitarios con ella, en su casa en
Cuernavaca. Su última actuación política de la que fui testigo presencial fue
en la defensa férrea del triunfo electoral de Cuauhtémoc Cárdenas, en su primer
intento por alcanzar la presidencia de la República.
Con Deva Garro, estaré eternamente agradecido, por
haber engendrado a Devaki Guerrero Garro, la que hoy es la madre de mis hijos:
Juan Cristóbal y Miguel Ángel.
PD. La técnica de las desapariciones consiste en: “no
hay presos qué reclamar ni mártires para velar. A los hombres se los traga la
tierra y el gobierno se lava las manos: no hay crímenes que denunciar ni
explicaciones que dar. Cada muerto se muere varias veces y al final solo te
queda, en el alma, una niebla de horror y de incertidumbre.” Eduardo Galeano.
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