Carta abierta.
Héctor Manuel Popoca Boone.
Estimados hijos, Abril, Juan Cristóbal y Miguel
Ángel:
Permítanme
plasmarles por escrito algunas de las reflexiones que les expuse oralmente la
semana pasada. Como les dije, creo en la humanidad: en sus posibilidades y en
sus limitaciones. En sus aciertos y errores. En sus capacidades excelsas y en
sus instintos bajos y perversos. En su bondad y generosidad, pero también en su
vileza. En su pasión creadora, en su facultad transformadora y en su afán de
destrucción.
Creo
en su existencia dialéctica; que es una lucha constante y permanente entre su
lado positivo y su envés negativo, entre su espíritu gregario y su vasta
soledad. Por eso, por paradójico que se oiga, dentro de todas las
determinaciones y certidumbres sociales e históricas, el elemento de mayor
incertidumbre e indeterminación sigue siendo el ser humano.
Figurativamente
creo en el hombre en llamas; permanentemente en llamas, que magistralmente
pintara José Clemente Orozco en el Hospicio Cabañas de la ciudad de
Guadalajara. Ese mural es el reflejo concomitante de la virtud y de lo
demoníaco que caracteriza al ser humano. Y en esa y con esa dicotomía va
labrando su destino; va descubriéndose, renovándose… consumiéndose. Abre paso a
su insignificante pero trascendental vida en el marco del inconmensurable
universo.
Mi
mente no alcanza a dilucidar todavía lo que nos antecede como origen o lo
consecuente como último destino. Quizás debo cultivar más la paciencia; ser más
modesto y humilde. Menos soberbio; intelectualmente hablando. Porque debe de
haber algo superior a la humanidad; de lo contrario no nos podríamos explicar,
bien a bien, su prodigiosa y contradictoria existencia; ni mucho menos, la
maravilla que es el funcionamiento de su estructura corporal y mental.
Una de las virtudes del ser pensante es permitir que sus
semejantes se muevan fuera y más allá del pensamiento que uno expone; favorecer
la trascendencia del propio reflexionar. Un pensamiento no confrontador o
polémico puede volverse, por conveniencia, cómplice de los beneficiarios de lo
que está confrontado. Por eso, el hombre analítico, en un momento dado y cuando
ello lo amerite, debe criticar y objetar, saber nadar contra la corriente, aún
a costa de su vida. Giordano Bruno sería un buen ejemplo a citar.
La
medida y trascendencia de nuestros actos siempre estará dada por la densidad de
concepción y el grado de convicción de nuestra libertad. Incluso de la
disponibilidad a morir por ella, antes de vivir en ella. La historia de la
humanidad es la hazaña por su libertad.
En
ese contexto, el hombre no es hombre:
es un proyecto de hombre. Está inacabado y es perfectible. Da tumbos, cae y se
levanta de nuevo. Octavio Paz dice al respecto: “Ese proyecto es elección:
estamos condenados a escoger y nuestra pena se llama libertad”. La humanidad es
compromiso, autenticidad y proyecto. Hasta ahora no hay otro universo mental
más que del hombre y la mujer. Es el universo de la subjetividad humana lo que
nos guía. Estamos condenados a ser libres. Reafirma Vargas Lozano.
Siempre
es saludable repensar la naturaleza humana y su condición. Explorar caminos
inéditos que nos conduzcan a interpretar su conducta que se sucede veloz y con
frecuencia irrefrenable. El moldeo de lo humano es un continuo “in crescendo”;
en una realidad discontinua.
Hay
que oponer siempre el sentido común de lo factible, a la propensión maximalista
y milenarista del dogma y la fe. Verbigracia, mis ideas y actos, además de que
trato siempre de ubicarlos en la congruencia, pertenecen a la tradición que
rechaza, a un tiempo, la asepsia del pragmatismo y la dogmática soberbia del
sectarismo o del fundamentalismo, hoy tan en boga.
No
olvidemos que, en nuestra sociedad convenenciera, hay un exceso de seres
hiper-inflados, en donde la arrogancia y el menosprecio cegador, el orgullo mal
entendido y la vanidad peor concebida, anidan con demasiada facilidad y
fatuidad.
Tengan
presente que en nombre de las ideas más absurdas e incomprensibles –poder,
raza, religión o partido, entre otros- se cometen los peores crímenes y aberraciones
humanas. Lamentablemente aún no se ha acabado la explotación ni la expoliación
del hombre por su semejante. Pero siempre hay los que buscan su superior
estadía: el ser revolucionario. Perdurablemente, el Che Guevara será la persona
emblemática de esos.
No
hay peor cosa más allá de la maldad que la indiferencia. Los actos falsamente
anodinos y pretendidamente amnésicos, son peores que los actos maliciosos. En
estos últimos, al menos tienen efectos y resultados no deseados; los primeros
ni a eso aspiran. Tan terrible como la perversidad de los malos es la pasividad
y lenidad de los buenos. Recuerden el silencio vergonzante en torno al
holocausto de los judíos, a los genocidios recurrentes en el continente
africano o a la miseria ancestral de nuestros hermanos indígenas.
En un
mundo de constantes guerras fratricidas, la idea o la reflexión armada, aquella
que conlleva violencia en sí misma, más que proporcionar luz al destino humano,
se apropia de la vida misma, limitándola y oscureciéndola; amedrentándola y
castrándola, en el marco de una sumisión sempiterna. Tengan también en cuenta
que la violencia como instinto de supervivencia es otra cosa. No podemos negar
ni renegar de Espartaco, ni de nuestra historia patria, ni del último estallido
violento en Chiapas.
Podemos
decepcionarnos, una y otra vez, de la humanidad, pero volvamos de nueva cuenta
a estar siempre entusiastas de la vida y de sus múltiples posibilidades.
Poseamos vocación permanente por la alegría, la esperanza, por la sensibilidad
para emocionarnos; aun cuando los retos y los problemas cotidianos nos pongan,
de cuando en cuando, huraños, pesimistas, depresivos o desgraciados. Acérquense
a las vidas de Flora Tristán, Olimpia de Gauges o de Rosa Luxemburgo.
Creo
que nunca estaremos tan mal, que no podamos estar peor; a menos que nos autoextingamos.
No menos importante es tener siempre presente lo que su abuela Deva nos decía:
“podemos perder puestos políticos, bienestar económico, salud o la propia
libertad; pero cuando perdemos la dignidad, perdemos todo.”
En
fin, hijos, para terminar, puedo decirles en palabras de autor no recordado,
que no es feliz el que hace lo que quiere, sino el que quiere lo que hace. El
que no encuentra entusiasmo en todo lo que hace, necesita reorganizar su vida
lo antes posible, pues el gozo de lo que hacemos en la vida es la base de la
realización personal. Búsquenla siempre. Como dice Eduardo Galeano: todavía la
condición humana vale la pena…
Reciban
un fuerte abrazo de su padre que los ama.
22/02/2007
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