Héctor Manuel Popoca Boone.
En estos días vacacionales, me trasladé a la bella y entrañable ciudad de
Oaxaca y pueblos aledaños del valle central. Sede de bellas e históricas joyas arquitectónicas
prehispánicas y coloniales. Residí en Oaxaca hará 50 años (1971-1973), convirtiéndola
en mi centro laboral profesional recién obtuve mi licenciatura en economía otorgada
por la UNAM.
Llegué allá para dar clases en la Universidad Autónoma Benito Juárez de
Oaxaca y en el Instituto de Investigación e Integración Social del
Estado de Oaxaca (IIISEO), dirigido
por la Doctora en Lingüística, Gloria Ruiz de Bravo Ahuja. Esta última
institución era financiada, en una primera etapa, por fundaciones privadas, la ONU-UNESCO
y pudientes empresarios filantrópicos mexicanos. Después, la nómina magisterial
del IIISEO, fue absorbida por la Secretaría de Educación Pública del Gobierno
Federal (SEP); destacándose en la dirección de la investigación social y de la academia
las investigadoras: Doctora, Beatriz Garza Cuarón, del Colegio de México (CM) y
la Doctora, Margarita Nolasco, del Instituto Nacional de Antropología e
Historia (INAH).
Aprobado que fui en el examen de oposición, me asignaron una plaza
magisterial de medio tiempo, para impartir en forma teórico-práctica, la
materia de “cooperativismo y la economía rural” a jóvenes indígenas de ambos
sexos, que estaban en calidad de internados por tres años, dentro del campus
del instituto, para formarse y capacitarse como promotores del cambio social y
del desarrollo comunitario. Con el compromiso de regresar a sus pueblos de
origen cuando egresaran para la aplicación de los conocimientos adquiridos en
el Instituto. El grupo lo conformaban alumnos de todas las etnias oaxaqueñas
que hubieren tenido completa su instrucción primaria. El
IIISEO se constituyó formalmente en agosto de 1969, en Xoxocotlán, localidad
situada al suroeste de la ciudad de Oaxaca y el grupo escolar que me asignaron
para darles la materia estaba compuesto por 16 jóvenes.
Estos alumnos, eran jóvenes que
respondieron a una convocatoria oficial que el IIISEO había dirigido a las
autoridades de municipios en regiones específicas de Oaxaca que se escogieron
por sus niveles altos de monolingüismo en lenguas indígenas. Los requerimientos
para la inscripción eran estrictos: los jóvenes (que tenían entre 17 y 21 años)
debían haber completado los seis años de escuela primaria que era “un gran
logro en aquellas comunidades oaxaqueñas que, si tenían una escuela primaria,
con frecuencia no contemplaba la enseñanza hasta el sexto grado”. Debían ser
bilingües -en español y su idioma nativo- y haber aprobado un examen de
admisión. De los seleccionados, el 40 por ciento fueron mujeres; suceso único
en un contexto nacional en donde el magisterio rural lo dominaban los maestros
hombres.
Me motivo participar en dicha institución el tener conocimiento de que era
única en su género en el país, en aquel entonces. Además de que no orbitaba en
el ámbito ideológico educativo, ortodoxo, del Instituto Nacional Indigenista
(INI). También me estimuló saber que colaboraban, parcialmente, antropólogos
del INAH y lingüistas del CM. También colaboraba el sacerdote jesuita, Gerry
Morris, del extinto Centro Intercultural de
Documentación (CIDOC) de Cuernavaca, Morelos; dirigido por Iván Ilich y adherido a una corriente de la teología de
la liberación que en México tutoraba el que fue Obispo de Cuernavaca, Sergio
Méndez Arceo.
Por motivos de salud, a los dos años de trabajar en la UABJO y en el
IIISEO, tuve que abandonar Oaxaca; no sin antes haber abrevado lo básico de las
cosmogonías de los pueblos de donde eran originarios los alumnos que estaban
dentro de mi responsabilidad académica, gracias a la hospitalidad que me
brindaron los jóvenes en mis visitas a sus comunidades diseminadas por todo el
territorio oaxaqueño, como fueron los casos de, Eva Ruiz, de la comunidad
mixteca de Santa Inés de Zaragoza, en el Valle de Nochixtlán; Santiago
Salazar, de San Juan Teíta, en la Mixteca Alta; Eleazar García Ortega, de los
valles centrales, y otros de
comunidades zapotecas, triquis, huaves o de los alrededores de la presa del río
Papaloapan.
Recuperada mi salud, me incorporé a trabajar
en la Universidad Autónoma de Chapingo y ya no supe más de ellos, sino hasta
ahora; a través de la lectura de un ensayo, que me obsequió un buen amigo y que
fue escrito por el antropólogo, A. S. Dillingham,
que denominó: “Indigenismo tomado: juventud indígena
y la apertura democrática en Oaxaca (1968–1975)”,
publicado en ingles por la “Cambridge University Press” en el año 2015 y premiado en 2016 con el Tibesar Prize,
por el “Conference on Latin American History”. (Traducido al español por
Andrea Belarruti).
Dicho
ensayo abarca la saga de aquella generación de técnicos y promotores
bilingües para el cambio social y el desarrollo comunitario que educamos en la
segunda mitad de la década de los setentas; y que luego, para mi sorpresa,
formaron parte de luchas sociales democráticas en Oaxaca junto con la UABJO y la
Coalición Obrera, Campesina, Estudiantil del Istmo (COCEI).
En abril de 1975, estos jóvenes indígenas promotores sociales tomaron,
como protesta y exigencia a sus pedimentos, los Centros de Coordinación del
Instituto Nacional Indigenista (INI) en diversos puntos del estado de Oaxaca. Los
mantuvieron tomados más de un mes; demandando al gobierno federal el
establecimiento de universidades indígenas de educación de nivel superior (licenciatura,
maestría y doctorado), así como plazas laborales, como maestros rurales
federales. En su ideología de impugnación, acusaban al gobierno federal de institucionalización
oficialesca de las culturas indígenas, como máscara para una continua
explotación política, económica y social de los pueblos fundadores de Oaxaca.
Tras seis años
de lucha y de consolidación ideológica propia, los promotores finalmente
obtuvieron la conquista trascendental de dos de sus principales demandas: el otorgamiento
de plazas laborales como maestros bilingües en la SEP y que se volvieron
pioneros de la creación de las universidades interculturales para la educación
superior de las juventudes indígenas, tanto en Oaxaca como en Guerrero y Michoacán.
Corolario: Si
hay buena siembra, la cosecha será prominente.
porelrescate@hotmail.com
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