viernes, 1 de julio de 2011

¡Estamos en el debate!

 Héctor Manuel Popoca Boone.

El empresario, como agente económico, juega un papel fundamental en una economía de mercado. Es el que articula y pone en operación los demás recursos de la producción: tierra, trabajo, capital, tecnología, medios de comunicación, informática y mercadotecnia. Todo con el fin de proveer los bienes y servicios requeridos para satisfacer las demandas esenciales y superfluas del consumidor final.

La iniciativa privada es la que retiene la mayor parte del valor generado en el esfuerzo productivo. En la mayoría de los casos no reparte con equidad el excedente económico obtenido; la máximización de las ganancias así lo condiciona. La filosofía motivacional es el lucro para la mayor acumulación de capital. Bien sea para reinvertirlo y/o para dilapidarlo.

En el devenir del tiempo, esa tendencia ha sido modulada por la rectoría del Estado. Para atemperarla o profundizarla. La experiencia indica que cuando no se regula, el empresario tiende a convertirse en el expoliador de los trabajadores exigiendo mayor esfuerzo productivo a cambio de exigua paga. En esos casos, a la larga, las explosiones por exacciones sociales suelen suceder.

En 1921, ante el fracaso de una economía socialista estancada, Lenin establece la Nueva Política Económica en la Rusia soviética. Le devuelve espacio al desarrollo empresarial privado, siempre bajo la supervisión estatal. Eso hace crecer y prosperar la economía de transición hasta el año de 1928, cuando retorna a su total estatización bajo el yugo de la dictadura de José Stalin.

En ese entonces, la consigna política leninista para justificar la participación de la empresa privada fue de que, dadas las circunstancias imperantes de escasez de capital y producción, era necesario “dar un paso atrás para dar dos adelante”. En otras palabras: ceder un poco para avanzar y no colapsar.

China comunista hacia finales del siglo XX, al tenor de la consigna política maoista de “contradicción no antagónica en el seno del pueblo”, abre su economía al mercado y a la participación de la inversión privada, local y extranjera, bajo las pautas dictadas por su gobierno. A partir de entonces, el despegue de su economía es espectacular y su crecimiento, constante.

La Cuba de Fidel Castro acepta inversión extranjera en la rama turística desde 1982. Hoy alienta pequeños negocios privados para insuflar dinamismo a su economía. La consigna también en este caso es ceder en lo táctico, para avanzar en lo estratégico.

Una buena y regulada clase empresarial es útil a la sociedad y la hace progresar. El caso del gobierno brasileño de Lula da Silva, emanado del Partido de los Trabajadores, con su alianza empresarial, fue buen ejemplo de ello.

México, en el futuro inmediato, requiere retomar el camino de una economía tripartita: privada, social y pública. En la que se mantenga la rectoría del estado que preserve para sí las empresas estratégicas del desarrollo del país. Donde el mercado esté socialmente regulado, evitando de esta forma los monopolios privados y la inequitativa distribución del ingreso generado.

El quid del asunto radica en que la empresa privada no subordine a sus intereses particulares a los gobernantes y los haga cómplices de sus abusos y saqueos.

En Guerrero, lo que no podemos hacer es quedarnos paralizados y no invertir para crecer. El actual debate y crítica en torno a la ley estatal de asociaciones público-privadas para la construcción de infraestructura básica debe contener en todo caso propuestas alternantes y realistas. De lo contrario, ni se picha, ni se cacha, ni se deja batear.

PD1. Bien por la profesora, Silvia Romero Suárez, secretaria estatal de educación, por su predisposición a realizar las primeras compras de mobiliario escolar a la empresa productora de muebles de madera del ejido “El Balcón” de Técpan. Antes, todo se compraba en Puebla.
PD2. No se hagan bolas. A la cenaduría, con Popoca porque ya le toca. Se aceptan invitaciones a cenar. Gracias por las múltiples recibidas.


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