Héctor Manuel
Popoca Boone.
Los grupos de
ciudadanos armados para la autodefensa y salvaguarda del orden en sus
comunidades han tenido presencia en el territorio mexicano desde la época
prehispánica. Con los “topiles”, por ejemplo, guardianes comunitarios de los
pueblos náhuatl.
En el período
colonial existieron las “milicias territoriales” para el resguardo de los pueblos
circunvecinos a los fundos mineros. En la época de la independencia aparecen los
combatientes voluntarios irregulares de carácter regional adscritos al ejército
insurgente.
En la naciente
República quedan integrados a “la guardia nacional”. En el período
revolucionario, la milicia comunitaria zapatista resguardaba el orden en los
territorios y pueblos bajo su dominio. En la etapa post-revolucionaria tienen
presencia las defensas sociales de filiación agrarista, para enfrentar a las
“guardias blancas” de los latifundistas que impedían la reforma agraria.
En los tiempos
contemporáneos atestiguamos la irrupción de grupos armados acuerpados en
guerrillas rurales y urbanas que luchan por una mejor justicia social como EZLN
en Chiapas.
Hoy, en estas
tierras del sur y para otros fines, hay presencia creciente de fuerzas cívicas
ante la insuficiencia de procuración e impartición de justicia regional. Relevantemente
la CRAC y la UPOEG en las regiones de la Montaña y Costa Chica.
Históricamente
los ciudadanos toman las armas al margen o en coordinación con las autoridades
competentes por diversas causas, a saber: 1) Derrocar gobiernos para establecer
otros de nuevo tipo. 2) Defender la soberanía nacional. 3) Hacer respetar
derechos patrimoniales de pueblos y territorios. 4) Auto-defensa ante bandas de
delincuentes que azotan las localidades provocando inseguridad pública.
La CRAC y la
UPOEG podemos definirlas como fuerzas armadas locales
extra institucionales, integradas por ciudadanos con fuerte arraigo social, en
coordinación parcial con las autoridades correspondientes y con autonomía en
sus acciones. Sus propósitos son preservar la seguridad pública, defender y
conservar la paz, mantener el orden interior de sus comunidades, así como la procuración
e impartición de justicia con procedimientos no convencionales, contemplados en
la ley estatal 701, pero sin mayores protocolos en sus procederes.
La existencia de estas fuerzas cívicas
organizadas no se diluirán a corto plazo debido a la persistencia de los
factores que les dan vigencia, siendo entre otros: A) El desbordamiento de la
delincuencia de todo tipo y la semi-parálisis de las instituciones oficiales para
su contención y sanción. B) La corrupción existente en los cuerpos policiacos
de diversa índole y ministerios públicos, con la inclusión, de manera excepcional,
de malos elementos de las instituciones militares. C) La colusión y complicidad
de algunos funcionarios públicos y gobernantes que extienden mantos de
impunidad al bandolerismo permitiéndoles su rápido crecimiento con mayor
capacidad de fuego y acción violenta. D) Venalidad de ciertos jueces y juicios
en donde se administra la justicia al mejor postor; torciendo el régimen de derecho
a favor de los transgresores de la ley. E) La política del avestruz de la
mayoría de los políticos y sus partidos ante el fenómeno delincuencial
exacerbado, bajo el lema de dejar hacer-dejar pasar, a cambio de oscuros
financiamientos para sus campañas electorales. F) Desapego si no es que
divorcio social de las instituciones públicas ante colectividades desgarradas y
laceradas por estas calamidades.
Todo esto trae como consecuencia la
incredulidad, desconfianza, indefensión y temor fundados de la gente que,
motivados por su instinto de conservación, ven con beneplácito la actuación de
estas fuerzas cívicas. Por nuestra parte, los del gobierno, hemos atendido este
fenómeno social con atingencia, mesura, respeto y diálogo. Y es, a la vez, una
oportunidad para perfeccionar el actual sistema estatal de seguridad pública.
PD. Marcelo Tecolapa Tixteco, indígena, nuevo
delegado estatal de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas
(CDI), ha desempeñado los cargos públicos que le han conferido con la honestidad,
responsabilidad y eficiencia debida.
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