viernes, 26 de septiembre de 2014

La corrupción en México.

Héctor Manuel Popoca Boone.

Al seguir analizando los resultados de la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental del Inegi (2013), se desprende que prácticamente la mitad de la población (49 por ciento) considera la corrupción como el principal problema que padece hoy en día nuestro quehacer nacional. Aclarando, de nueva cuenta, que esta encuesta no toma en cuenta la corrupción que se presenta en las áreas de adquisiciones gubernamentales, ni en la esfera de las obras públicas.

La percepción de la corrupción, como forma de vida (correspondiente a la suma de muy frecuente o frecuente), la tiene el 88 por ciento de la población encuestada; en Guerrero la posee el 90 por ciento. La corrupción se siente y está en casi todas partes. Las medidas gubernamentales para combatirla todavía dejan mucho que desear y la transparencia de las acciones institucionales brilla por su ausencia, si no es que está atrofiada, tanto en su función auditora como en la rendición pública de cuentas.

La corrupción es de función dual: mientras haya corruptores habrá corruptos y viceversa. Las hay materiales, corporales, de voluntades, de concesiones y de consciencias. Estas últimas son las peores porque corroen el espíritu de un pueblo. Una sociedad corrupta queda varada en el barrizal de la desconfianza, incredulidad, inseguridad, incertidumbre e impotencia, por la impunidad imperante.
En términos generales, la corrupción del sector privado va al parejo a la del sector público y no se explica una sin la otra. Son fenómenos siameses. Lo que pasa es que una es vislumbrada y ventilada a la luz del día, la otra en la penumbra y con sigilo.

La corrupción varía según el tipo de gobierno (correspondiente a la suma de muy frecuente o frecuente), la gente considera que los gobiernos estatales es en donde más se anida (77 por ciento), inmediatamente seguida de los municipales y el federal (76 por ciento, en ambos casos).
La encuesta arroja que por cada cien mil personas, 24 mil tuvieron experiencias de actos de corrupción en materia de trámites y servicios. Siendo las entidades federales con mayor tasa de incidencia: Chihuahua (44 006), Morelos (41 501) y Puebla (39 890).

El 88 por ciento de los encuestados considera que es intensa su práctica; siendo el área de la policía donde se da más (90 por ciento), seguida por los partidos políticos (84 por ciento), después el ministerio público (78 por ciento), ocupando el cuarto lugar, los diputados y senadores (77 por ciento); y en quinto lugar, los institutos electorales (67 por ciento).

Por primera vez es calculada la percepción ciudadana sobre la deshonestidad en el comportamiento de los partidos políticos y de las instituciones electorales. Las proporciones obtenidas son preocupantes en un país que pregona tener una democracia aseada, inclusiva, sólida, veraz, objetiva y transparente. Tanto en el acto de la votación (por cuanto a la compra de voluntades y de dignidades al emitir el voto); como en las transas económicas al interior de los partidos políticos, así como por sus muchos soportes externos ilícitos con los detentadores del poder político y económico, que son origen, casi siempre, de dispendios extralegales durante las campañas electorales y poco antes de la votación.

La mencionada encuesta ha provocado diversas opiniones: El presidente de la república, Enrique Peña Nieto, aseveró que la causa de la corrupción es eminentemente cultural. Por su parte, intelectuales como Silva Herzog y León Krause, consideran que no es intrínseca a la idiosincrasia del mexicano, puesto que residiendo y trabajando en un medio no corrupto, no somos corruptos. En otras palabras, el corrupto y el corruptor no nacen, se hacen dentro de un régimen político, económico y social específico “fincado en la propiedad privada de las funciones públicas.”, como afirma Gabriel Said.

PD. Difusa, sinuosa y amplia es la especulación política. Clara, directa y cortante es la verdad del poder, en tiempo real.

h.popoca.b@gmail.com


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