viernes, 27 de julio de 2018

Centralismo vs federalismo


Héctor Manuel Popoca Boone.

A pesar de que la Constitución Mexicana del 1917 configura a nuestro país como una república federalista constituida por estados soberanos con división de poderes para los contrapesos pertinentes, en los hechos y en el devenir de varias décadas nos desarrollamos como una república centralista con un poder ejecutivo dominante frente a los otros poderes, legislativo y judicial.

La explicación de esta contradicción entre un ordenamiento formal y una práctica gubernamental de facto se debió en mucho a la necesidad imperiosa, políticamente hablando, de tomar el control del país ante las fuerzas centrífugas post revolucionarias de caciques militares regionales que imponían en los estados de la república su propia ley y orden.

Con los años, el crecimiento económico y social del país volvió cada vez más compleja la acción gubernamental centralizada de la federación en materia de servicios e inversiones públicas a lo largo y ancho de la nación. Un ejemplo claro en Guerrero era la presencia de la Comisión del Rio Balsas que tenía mayor presupuesto de inversión para el desarrollo regional que el gobierno estatal; o el Fideicomiso Acapulco que disponía de más recursos federales para infraestructura urbana que el disponible por el ayuntamiento de Acapulco.

Las secretarias federales administraban directamente los programas para los sectores de educación, salud, caminos, industria y campo, entre otros. Pero ese centralismo federal volvía nugatorio el vigor constitucional de los estados y de los ayuntamientos para gobernar. Provocaba también que el gobierno federal fuera un ente demasiado obeso.

Fue en la época del presidente, José López Portillo, que el gobierno federal adopta como política pública el federalismo. Consistente en la descentralización paulatina a los gobiernos estatales de facultades, programas y recursos; y de desconcentración institucional que era la reubicación geográfica de oficinas administrativas federales en diferentes entidades federativas.

Lamentablemente este esfuerzo fue desvirtuado, porque buena parte de los gobiernos estatales no estaban preparados para recibir las nuevas responsabilidades, ni los recursos materiales, humanos y financieros transferidos. No hubo honestidad, capacidad y eficacia en el manejo de los programas federales descentralizados. Pruebas fehacientes son, por ejemplo, los desastrosos y endeudados sistemas de salud y de educación estatales y el surgimiento de políticos y gobernantes, estatales y municipales multimillonarios, resultantes de una impune corrupción sistemática y desbocada.

Paralelamente, los gobernadores empezaron a cabildear con los diversos secretarios federales para sugerirles que los delegados fueran gente afín a ellos, sin importar la capacidad técnica requerida. De esa manera podían orientar los recursos federales para reforzar al grupo en el poder estatal y enriquecer sus bolsillos. Ahí donde no había recomendados del gobernador, los delegados federales eran designados desde el centro ya sea por recomendaciones o compadrazgos.

El colmo fue usar descaradamente las delegaciones federales y los programas de inversión como instrumentos electorales para comprar votos a favor del PRI. Los delegados se convirtieron en mapaches políticos, como aconteció en las recién pasadas elecciones presidenciales, donde miles de millones de pesos, personal y centenares de vehículos federales se usaron para tal fin.

De allí que el virtual presidente electo, López Obrador; necesita retomar el control perdido de las delegaciones federales y enderezarlas para ponerlas al servicio del pueblo, por medio de una reingeniería centralizada de la administración pública, con un solo coordinador estatal federal, honesto y de alto perfil. Está por verse si es lo adecuado, pero por los hechos corruptos acaecidos otorguémosle el beneficio de la duda.

PD. El pueblo es el que sale perdiendo cuando riñen dos niveles de gobierno. Es el caso patético de Chilpancingo. No hay que confrontar, pero tampoco provocar.

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