El primer paso
para resolver el problema de la inseguridad es reconocerlo en toda su
intensidad y tratarlo en su completa magnitud. Cosa que, en Guerrero, los
gobiernos no hacen. Grave equivocación ha sido tratar de minimizar la
inseguridad para de esa forma eludir las responsabilidades institucionales
inherentes.
Como botón de
muestra, algunas frases públicas bobas de personajes encumbrados: “En Acapulco
la gente está absolutamente segura”, “La violencia es solo un problema de
percepción del pueblo”, “Los asesinatos se dan en las colonias populares, no en
la Costera”, “Dificulta la confrontación de criminales, resolver la violencia”,
“No al 100 por ciento, pero los homicidios dolosos se cometen entre criminales”
o “Si hubiera inseguridad en Acapulco, no tendría los visitantes que hay”. Los
datos duros dicen otra cosa: Guerrero como estado y Acapulco como municipio,
son de los territorios donde más homicidios dolosos se dan en el país.
Mientras no haya
honestidad y transparencia en la información oficial, será imposible disminuir
la inseguridad. Lo correcto es visibilizarla. Solo con su pleno reconocimiento
los gobernantes y la ciudadanía, podremos enfrentar las múltiples causas que
dan vida a la variante criminalidad; y así cada cual, en su respectivo rol
social, asumiremos el deber que nos corresponde.
El segundo paso es
tomar consciencia que Guerrero es un mosaico de gran diversidad. Recuperar la
seguridad requiere del conocimiento de particularidades, por lo que las
estrategias deben de diseñarse a partir de realidades específicas, para saber
las modalidades concretas de cómo actúan y mantienen presencia territorial las
bandas y la naturaleza de sus vínculos con otros factores de poder.
Hay poca inteligencia
institucional aplicada al detalle y no se estudian a fondo y en lo concreto los
fenómenos de la violencia urbana y rural. Las acciones de los gobiernos las más
de las veces son genéricas, mayormente reactivas que preventivas, muchas veces se
dan palos de ciego con gran desperdicio de recursos. La omisión, comisión o
simulación, son parte de la relación perversa entre algunas estructuras
gubernamentales y las delincuenciales.
El tercer paso es
aceptar que las causas de la inseguridad pública son multifactoriales y que la
delincuencia organizada actúa en pirámide: Los que están arriba son pocos,
poderosos y reducidos los que van a la cárcel o pierden la vida en su oficio
criminal. Por otro lado, hay una gran base social disponible para lo
delincuencial. Son jóvenes, sin dinero, sin educación, sin futuro, en un mundo
incierto. Son los que mantienen repletas las prisiones, terminando casi siempre
asesinados antes de cumplir los treinta años.
El cuarto paso es
reconocer que sin seguridad pública no hay inversión empresarial que florezca.
La génesis del delito preferentemente se da en lugares donde no hay trabajo y
donde la extorción esquilma a quienes dedicados están a invertir y a trabajar. La
delincuencia anida bien en un sistema socioeconómico y político de mucha
exclusión, como el nuestro: los pocos ricos son muy ricos y los muchos pobres
son cada vez más pobres.
¿De qué nos sirve
tener seguridad pública, si la mayoría de las familias no tienen frijoles para
darles de desayunar a sus hijos? De ahí la perentoriedad de las estrategias de
amplio espectro social, reconstruyendo las condiciones y circunstancias
favorables para que las familias puedan tener, en la paz y en la legalidad, una
vida digna y decorosa.
PD1. Artículo de opinión hecho a partir de
lo expuesto en el Foro Internacional sobre Seguridad, organizado por Ricardo
Mejía Berdeja en la ciudad de Acapulco.
PD2. La diputada local del PRI, Pilar
Vadillo Ruiz, espetó la siguiente barbaridad sobre la desaparición forzada de los
43 normalistas de Ayotzinapa: “…no tenían entonces que andar deambulando por
Iguala” Lo cierto es que, en esa infausta tragedia, salió a relucir, en toda su
dimensión, la narco-política enraizada en el PRI y en el PRD.
PD3. Asesinan a mansalva en la ciudad de
Chilpancingo a Ángel Vergara Chamú, coordinador municipal de Movimiento
Ciudadano en Ajuchitlán. ¿Cuál orden? ¿Cuál paz?
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